De barbechos y rastrojos
Aplican con su sabiduría natural los hombres que trabajan el campo una técnica ancestral denominada barbecho, que consiste básicamente en dejar descansar la tierra para renovar o recuperar la fertilidad que tuvo, agotada o disminuida por diversos agentes nocivos o por carencias de materia orgánica, oxígeno o humedad.
Para lograr este fin hay que renunciar durante algún tiempo a la escasa y pobre calidad de la cosecha que estaba produciendo, así como, y esto es fundamental, arrancar las hierbas inútiles y parasitarias, desmochar los lacerantes espinos y dejar los restos para la bestias, en definitiva extirpar los perjuicios de las malezas estériles y dañinas. Si la democracia es por ahora la única tierra que hemos heredado por esfuerzo y sacrificio de mucha gente, sometámonos a la servidumbre de los cuidados que requiere. Para mantener la necesaria y rica fecundidad nos exige vigilancia y atención, necesita sosegadas cosechas, materia viva, aire limpio, frescura y hasta imaginación. Casi todos sabemos o intuimos, aún sin ser expertos conocedores del agro, que las periódicas y pertinaces crisis no son más que los rebrotes de las malas hierbas, la evidencia de que los succionadores de la savia esencial han actuado y se muestran arrogantes sobre el terreno que depredan, revelando con la presencia de su inútil follaje que se vuelven a necesitar trabajos de limpieza y técnicas profilácticas. En consecuencia no nos limitemos a quemar los rastrojos, habría que sanear en profundidad, procurar que la cuchilla de la hoz justiciera no esté mellada y que los segadores que la utilicen sean ecuánimes, adquirir nuevos fertilizantes sin componentes patógenos, y saber, aunque resulte paradójico, que el estiércol es un nutriente primordial, y no solo la mierda que malgastamos en ensuciarnos las caras.
Funcionario
Juan del Carmen Expósito