De Argentina para morir
RAFAEL ORDY desde Jaén. Llegar a un país desconocido, solo, y con 60 años, da un poco de miedo. Para Alejandro, venir a España fue una aventura más. Aterrizó en Madrid procedente de Buenos Aires huyendo del corralito. Después de toda su vida trabajando en su país y en Canadá, debía venir a España a cotizar algunos años para así poder jubilarse.
Como venía sin destino y sin contrato, en Barajas vio un vuelo hacia Granada, ciudad que le sonaba, y hasta la ciudad de la Alhambra llegó. Pidió acogida en iglesias y se las ingenió para realizar un curso de carpintería metálica para abrirse camino. Habiendo acabado este curso, comenzó a buscar “laburo” como él decía recorriendo Granada y viviendo de sus dotes para el diálogo. Harto de caminar, cogió un plano de Andalucía y descubrió Jaén. Y digo la descubrió porque nunca había oído hablar de ella. Con su título de carpintero bajo el brazo se desplazó hasta nuestra ciudad. Esa noche durmió en la iglesia de Santo Domingo y al día siguiente bajó al Polígono de los Olivares a buscar trabajo. Le vi llegar, lo recuerdo como algo reciente. Desde ese día tuve la oportunidad de trabajar con él codo con codo. Fui su encargado durante siete años, pero sobre todo fui su amigo. Vivió durante éste tiempo en una habitación de siete metros cuadrados pero con todo para vivir dignamente. El momento que él vino a buscar a España le llegó y se jubiló con 570 euros de pensión. Estaba contento porque con ese dinero en Argentina eres capitán general, y ahí empezó a preparar la vuelta al país que le vio nacer. Seguíamos viéndonos y un día me confiesa que le han detectado una mancha en un pulmón. Lo operan con el malvado diagnóstico de cáncer pero se recupera ayudado por oxígeno y una vida más sedentaria. Por supuesto se aborta el viaje a Buenos Aires y le acompaño en todas sus revisiones y quehaceres que ahora ya no puede hacer solo. Abandona el oxígeno, comienza a dar sus paseos con sus auriculares y vence a esta maldita enfermedad. Sigo visitándolo y una de las veces no me llama por mi nombre y casi no me conoce. Me alarmo, lo llevo a urgencias y los doctores pidieron hablar con su familia. Como solo estaba yo, recibí el fatal diagnóstico: Alejandro tenía metástasis en la cabeza y le quedaban dos meses de vida. Sólo quedaba estar con él y esperar. Localicé al único hermano en Argentina y se presentó en Jaén en tres días. Pudieron hablar, llorar, recordar, pero Alex se fué un día 1 de noviembre para siempre. El destino hizo que viniese a España para morir y sigue aquí porque sus cenizas están conmigo y en casa somos cuatro pero vivimos cinco. En su memoria escribo esto con dolor.