03 jul 2014 / 22:00 H.
Un alcalde de una provincia al estilo de Jaén, con el mayor de los ayuntamientos con poco más de cien mil almas censadas y, el menor, unas quinientas, tiene el “marrón” de que lo conocen. Esto es bueno también, porque se sabe a quién se vota, tanto que es público hasta si le gustan los güisquis o es más de “gintonics”. Pulula ahora la idea de que, cuando haya municipales, el que gane, aunque sea por un voto, gobierne y así se cierre la puerta a los pactos entre los “perdedores”. ¿Pero quién es el perdedor? Hay de todo y de todos los colores. A veces, dos le tienen mucha rabia al que vence ajustadamente, se unen y le quitan la vara. Normalmente, lo pagan, sus paisanos, que, insisto, los conocen, no los eligen más. Otras, resulta que los vecinos se alegran de haber dado lugar a un pacto de esos que llaman “antinatura”, porque era más natural de lo que parecía y, en ocasiones, uno de los dos derrotados que unió, gana en solitario, tan requetebién. Si se quiere que el vecino decida, por encima de las disciplinas de partido y demás historias que cabrean, bien. Pero si hay otro afán, hay que recordar que la gente, aunque a veces se lo haga, no es tonta.