Cultura versus mercado
Mientras asistimos a la precarización del empleo, a la inaccesibilidad de la vivienda, a la privatización de lo público, al desmantelamiento del estado de bienestar, también el arte y la cultura mueren poco a poco al supeditarse al consumo. Conservatorios, universidades, bibliotecas, teatros, no pueden depender de la avaricia de un sistema económico como el capitalismo.
Aprovecho este espacio para decir que no hay demasiado interés por parte de los medios de comunicación por reflejar el momento difícil que están atravesando los trabajadores de la creación en concreto, y la cultura y el arte en general. En cuanto al resto de la sociedad es un deber decir que el estado de bienestar se sustenta sobre unos derechos civiles y políticos, y que esos derechos son respetados y protegidos cuando se garantizan los derechos económicos, sociales y culturales. Son inseparables. Las administraciones siguen teniendo la obligación de velar por la protección y desarrollo de la cultura, no se puede pasar del mecenazgo caprichoso a la entrega total a los mercados. Con respecto a la cultura en este momento, como con todo producto medido por su rentabilidad, se plantea el problema, entre otros muchos, de quién decide sobre su contenido y forma de expresión. Además le añadimos el que en este sistema de mercado será cada vez menor la gente que pueda “consumirla”. La realidad, de sobra conocida por todos, es que cada día el mercado irá estandarizándola, enfrentándola al pensamiento crítico, en detrimento del mismo y de la libre creación. Se argumenta a favor de la privatización que se reducirán gastos y el producto cultural, expresión paradójica, llegará a más de personas. Este malvado razonamiento no esconde más que la intención del mercado y sus controladores de estandarizar y reducir cada día más las opciones y acercarnos al pensamiento único. Solo hay que darse un paseo por las librerías que tengamos más cerca, por poner un ejemplo, y la triste realidad nos muestra estanterías y estanterías repletas de publicaciones que resuelven satisfactoriamente la ecuación costo-beneficio frente a rincones llenos de polvo dentro de esos establecimientos con ejemplares más raros y menos rentables. Unos copan el mercado y otros desaparecen sin pena ni gloria, pero ambos son mirados cada vez por más gente desde fuera de los escaparates, por la imposibilidad de poder acceder económicamente a los mismos. Les hablo de mayor desigualdad social. No podemos construir y desarrollar una sociedad si la cultura no es considerada como un derecho y un bien común. La cultura no puede ser un producto que depende de lo que las empresas consideren lucrativo. Eso es una aberración.
Miguel Ángel Olivares es escritor