Cuestión de confianza
Entre las cláusulas que rigen el ideario demócrata-neoliberal del humanismo cristiano de esta casta que controla el mundo, está la imposición de la razón como valor supremo. Como Maquiavelo, los valores paganos (fama, gloria, prestigio y poder) mejoran al ser humano. El comercio no está considerado pecado, todo lo contrario, al estilo calvinista, el éxito económico es signo de que Dios ha bendecido en la tierra a quien trabaja.
O sea, que los casi 24 millones de parados oficiales europeos no están bendecidos por Dios, y no digamos los miles de millones de personas que habitan los submundos del subdesarrollo, pero como el proteccionismo debe ser evitado, según figura en el programa electoral del Partido Popular europeo, es lógico que la casta que gobierna el mundo sólo se preocupe de cosechar bendiciones de consenso para sus políticas monetaria y fiscal y vigilando los mercados financieros. Lo que pasa es que los mercados financieros se han adueñado de sus políticas y ahora vigilan y controlan a la casta. La función más importante que ésta tiene encomendada es la creación de confianza en los ciudadanos, porque es la única forma de que los mercados confíen en nosotros, inviertan en nuestro país y nos traigan la bendición del empleo, aunque sea en forma de esclavismo. Lo irónico es que la crisis que padece el mundo es una crisis exclusivamente financiera, que al haberse nutrido de la economía real, la perjudica directamente cuando se arruina. La crisis actual, según François Morin, producida por una falta de liquidez de ciertos mercados financieros, aparece “cuando los inversores se retiran debido a una crisis de confianza en productos específicos”. O sea que la confianza que bancos, aseguradoras y fondos de inversión nos reclaman, no la practican entre ellos y, como consecuencia, nosotros hemos sido maldecidos. La propuesta del Consejo de la Comisión de la UE para la aprobación del Acta, traducido como Acuerdo comercial anti-falsificación, no es otra cosa que ejercer un control absoluto bajo un acuerdo multilateral humanista de protección de la salud y la seguridad ciudadanas mediante la lucha contra la piratería, porque ésta “acarrea la pérdida de confianza de los sectores económicos en el mercado interior”. ¿Qué deben hacer entonces cuando posean nuestra confianza? Vigilarnos y castigarnos, imponernos una disciplina capaz de retroalimentar nuestra mala conciencia personal y convertirnos en la mala conciencia del otro. ¿Cuál es entonces nuestro cometido? Negarles nuestra confianza, resistir, rechazar y denunciar todas las situaciones de poder intervencionista allí donde se ejerzan. Estamos sitiados. Guillermo Fernández Rojano es escritor