Cuba versus Roma
Manuel Vicent elogia la labor de misioneros y de las ONG en países del Tercer Mundo. Pero distingue. Hay quienes mezclan la ayuda con la propagación de la fe, y con el propósito de labrarse un hueco definitivo en el más allá.
Y hay en cambio quienes —Médicos sin Fronteras, Cuba, etcétera— “arriesgan el pellejo al enfrentarse a la bestia en el corazón de las tinieblas solo en busca de la dignidad humana sin esperar ninguna salvación” ni pretender convencer ni convertir a nadie. Estos segundos aventajarían en generosidad a los primeros, si no fuera porque también los primeros se entregan por amor al prójimo, y en absoluto condicionados o en función del doble objetivo de la recompensa o paga última, y para la difusión de su fe. Ahora bien, siendo esto así, la designación oficial de “labor apostólica” debería cambiarse para adoptar otra más congruente, referida al amor, ayuda, solidaridad o entrega, es decir, sin interés, sin exigir o esperar nada, como hizo el samaritano. Porque, aunque no lo parezca, las actitudes, las formas y los nombres importan, y mucho. Alguien tendría que volverse como un calcetín. O Roma o el mundo. Pero ninguno está por la labor. Y tampoco da lugar a nostalgias. En los tiempos que corren, un Torquemada resulta impensable. Duraría lo que la pavesa del capirote de un condenado en la plaza mayor del pueblo.