Cuando las protagonistas fueron las grandes pantallas

Diana Sánchez Perabá
En una ciudad en la que no existen salas de cine en su centro, como la que es hoy Jaén, resulta difícil imaginar que hace más de cinco décadas fue un hervidero de establecimientos del séptimo arte. Si se pudiera hacer un viaje a través del tiempo en el Delorean de “Regreso al futuro”, más de uno se sorprendería al comprobar que el centro de la urbe, un domingo cualquiera en los años cuarenta del siglo pasado, era un ir y venir de personas dispuestas a disfrutar de una tarde de cine. En una época en la que los toros y el fútbol se ofrecían como los únicos espectáculos de entretenimiento para las masas, la gran pantalla invitó al público a evadirse durante unos minutos de  aquellos años de posguerra, como una alternativa más en la que la ficción hacía soñar a un público hastiado de la cruda realidad.  

    18 mar 2012 / 10:53 H.

    Con un lujoso Teatro Cervantes, en el que  las representaciones escénicas eran la principal atracción, y un viejo Cine Norte, que no dejó nunca de derrochar poderío y categoría, la ciudad, sustentada principalmente en la agricultura, comenzó a saborear las delicias de aquellas imágenes, que por arte de magia tomaban vida sobre una grandiosa pantalla. Así pues, en una de las paradas de este viaje “cinemático” el coche de Marty McFlay aparca en el año 1943, cuando se abre un cine de extraño nombre: Darymelia. Este exótico irrumpió con un brochazo de color para proyectar lo más nuevo, lo último. El tecnicolor se impuso en un Jaén de blanco y negro para inaugurar un nuevo cine con la película “Eso que llaman amor”. “Aquello fue un impacto muy grande. Recuerdo que los alrededores del cine se llenaron de gente como la Puerta del Sol de Madrid”, dice Juan Martínez, que fue uno de los primeros trabajadores del Darymelia.
    Mientras, la calle Colón y sus alrededores se llenaban de espectadores impacientes por ver las escenas más “chic” del momento, el Teatro Cervantes, que pertenecía a la empresa Cuevas, miraba con recelo como su público se decantaba por estas novedades. Sin embargo, a pesar de este duro competidor, el Teatro Cervantes ofrecía a los jiennenses una oferta muy concreta. “En aquella época los espectáculos de revista estaban de moda. Y Cuevas trajo a grandes artistas como Lola Flores y Manolo Caracol”, explica Martínez.
    Y la chispa saltó. Y como si se tratara de un  impresionante castillo en fallas valencianas, los fuegos artificiales se transformaron en pantallas de cine que se expandieron por la capital. El detonante fue ese apogeo que despertó el cine Darymelia, creado por Norisur, resultado de la unión entre el jiennense Juan Ramírez y una empresa de Santander. Su apuesta de ocio no solo levantó aires frescos, sino que originó un gran tornado al comprar a Cuevas el Cervantes tras una jugada de jaque mate. “En vista de que la revista tenía mucho éxito, el Darymelia contrató también estos montajes, por lo que actuó la famosa Gloria Romero, con un gran impacto de público. Finalmente, tras un acuerdo, Norisur se quedó con el Teatro Cervantes  y otras salas de cine de Cuevas, como eran el Cine San Carlos y el Lis Palace”, indica Juan Martínez.
    Parecía que aquel negocio era una mina en mitad de una ciudad que, aun así, seguía dependiendo de las cosechas del olivar. De manera que ante tal éxito, el propietario del Bar San Francisco se dejó llevar por la fiebre del cine y apostó su economía por un cine de verano cerca del Arco de San Lorenzo, para bautizar este nuevo recinto con el mismo nombre. Corría el año de 1950. Pero los jiennenses fueron testigos de que, como si fueran setas en pleno mes de octubre, comenzaron a  levantarse pantallas por diferentes barrios de la ciudad. Fue la época en la que, a pocos metros del San Lorenzo, un improvisado Cine Rosales haría las delicias de un público que ahora sería la envidia de cualquier sala. “Cerca de aquel cine de verano, se encontraba una gran plaza, conocida como Rosales, con un enorme solar en el que quisieron hacer unos depósitos, con unos muros enormes y un local extraordinario. Cuando terminaron la obra en el centro de Jaén, no consintieron dejarlos, pues aquello era feo y anacrónico. Entonces decidieron poner un cine, pues ya estaba prácticamente hecho. Ese cine sería el Rosales”, comenta el trabajador de Norisur.
    Fue la época, en la que Ramírez, que compró una parcela de huerta con una casa, ubicada en la Carrera de Jesús, decidió abrir su reino con otro cine estival, conocido como Jardín. A medida que crecía la ciudad, las  grandes pantallas se imponían, de forma que los vecinos del barrio del Pilar del Arrabalejo quedaron encantados cuando se inauguró el conocido como Cine Jaén.
    Nada era casual. Todo estaba relacionado. Por eso, en plena euforia del equipo de fútbol local —que llegó a ascender a División de Oro en la temporada de finales de los años cincuenta—, el Real Jaén, que vio crecer su economía, la invirtió en instalaciones deportivas y, cómo no, en un cine de verano. El Victoria comenzó a proyectar películas en el mismo campo de fútbol, hasta que el avispado empresario Ramírez se hizo con el negocio.
    No fue suficiente. El éxito del  séptimo arte estaba en lo más alto y había que explotar hasta la última escena. Así que se reconstruyó el Cine Norte,  en el Paseo de la Estación —que más tarde sería el conocido Cine Asuán—. Esta avenida gozó de gran esplendor con la apertura —enfrente del Norte— del Cinema Victoria, que fue inaugurado por el mismo Jorge Negrete, y que, tras el intento fallido de su primer dueño, de nuevo Ramírez atacó para dominar esta parte de la ciudad. El siguiente paso fue el Trianón, ubicado unos metros más arriba del Cinema Victoria.
    En la cúspide de aquel espléndido negocio que enriquecía al pueblo con superproducciones norteamericanas y españolas, la pequeña pantalla acabó con este esplendor, principalmente a partir de la década de los ochenta. Y aunque surgieron salas como la nueva resurrección del Cervantes, los cines Avenida, o los Alkázar, la afluencia de los jiennenses al cine fue decayendo, y cual uva se encoge como una pasa, los pocos que quedaron se fueron marchitando.
    Regresar al presente en el fantástico Delorean, acerca el viaje a 2011, con la muerte de la única sala que existía en el centro de la ciudad, el Cervantes, para dejar al espectador en las afueras del casco urbano.

    Entre los bastidores del Teatro Cervantes


    Recuerda que se ha criado entre bastidores. En los del Cervantes. Y es que la conocida cantaora jiennense Rosario López nació en el mismo teatro, pues su familia vivía en un ático, ya que su padre, Enrique López, era portero del emblemático local. Una labor que heredó de su progenitor, Félix López. “Aún conservo un bloc de notas en el que mi abuelo escribía las fechas de las temporadas y los espectáculos que se iban a celebrar. Una labor que continuó mi padre. Aunque están un poco deteriorados, los guardo como oro en paño”, indica Rosario López.
     Allí, la familia López pudo codearse con grandes figuras del espectáculo. “Conocimos a muchos artistas de la zarzuela, la ópera, la comedia, pues se llegaban a quedar hasta dos semanas”, recuerda la cantaora. Y es que el padre de los López llegó a acoger a los artistas en las inmediaciones del mismo teatro. “Mi padre los orientaba y les designaba los tramoyistas”, dice Rosario López.
    La jiennense describe, como si aún los tuviera delante, los cuatro telones que tenían en el teatro:“Uno era de publicidad en el que había diferentes anuncios; otro era para las funciones infantiles, con dibujitos;también estaba el rojo de terciopelo para las representaciones más serias, y luego el telón de acero, que servía para proteger el teatro de cualquier incendio”, explica Rosario López. Las anécdotas afloran en su mente como las escenas de una película. Así, cuenta sus primeras apariciones como la que tuvo en la obra que protagonizaron Carlos Lemus, Arturo Fernández, Maruchi Fresno y Fernando Fernán Gómez. “Una vez me intenté escapar, con ocho años, con la compañía de Fernando Esteso, porque me gustó mucho la obra, pero mi padre logró retenerme antes de que me montara con ellos en el autobús”. Pero no fue la única vez que la pequeña Rosario López —Charito, como la llamaba su familia cariñosamente— intentó unirse improvisadamente a un grupo de artistas, ya que estuvo a punto de irse con la compañía de Antonio Amaya.
    Además de disfrutar, en primera fila, de los espectáculos de figuras como Lola Flores, Concha Piquer o Manolo Caracol, los trabajadores del teatro —especialmente la familia López— tenían el privilegio de conocerlos más allá de la parte artística, la personal.
    Aunque no tanto, en el Teatro Cervantes se proyectaron algunos de los éxitos del momento. “Me acuerdo de películas como Mujercitas, una cinta que me marcó porque me recordaba a mí y a mis hermanas. Ese cine sí que era bueno”, comenta.
    Para Rosario López, el Teatro Cervantes fue su hogar, por eso, cuando en el año 1973 la empresa se vino abajo y derribaron el edificio, López no pudo evitar su gran frustración. “Mi padre lo pasó muy mal, ya que aquello era su vida. Su vivienda, además”.

    JUAN MARTÍNEZ "Lo más importante era ir al cine"
    Llegó a ser vocal nacional de la Sección Social del Sindicato del Espectáculo, pero su historia de amor con el cine comenzó a los 17 años para ocupar un puesto de técnico en el recién abierto Cine Darymelia. Y es que este octogenario de Jaén es uno de los pocos que pueden contar la vida esplendorosa que experimentó la ciudad en el apogeo de los cines. Cuando cuenta la historia del cine en Jaén, su voz adopta el tono de un narrador profesional. Hasta el punto de que cada anécdota se transforma en imágenes. “En aquella época lo más importante que se hacía el domingo en Jaén era ir al cine. Me acuerdo del farmacéutico de enfrente, el señor Pulgar, que encargaba las entradas el jueves para el domingo”, dice con los ojos bien abiertos. “Las funciones de las seis y de las ocho estaban siempre colapsadas ese día y entre semana también se llenaban más de la mitad”.
    Entre las anécdotas que su prodigiosa memoria resucita cuenta los problemas que los empresarios del cine tuvieron con el sector de la Iglesia. “En 1947, con la muerte de Manolete en Linares, los autores andaluces realizaron mucho teatro en homenaje al matador. Fue tan grande el éxito, que a la Iglesia le dio coraje, pues la gente iba al teatro antes que a misa. Entonces, en los sermones de San Ildefonso, decían a la gente que no fueran al teatro. Mientras, una compañía de Madrid, llegó a Jaén con un grupo de vedettes más destapadas de la cuenta. Y se lió un revuelo entre los curas, que decían a la gente que no fuera a ver ese espectáculo. Pero el director de la compañía vino de Madrid y dio una conferencia en el Cervantes: ‘Señores, yo vengo a divertir a la gente, a que se lo pase bien y se olvide de todo lo que pasó, pero me están haciendo mala propaganda. Deben saber que en Madrid tenemos tanto éxito que le damos a la Iglesia un dinero para los pobres’. De forma, que aquello se paró”, cuenta Martínez. 
    De la desaparición de los cines le da pena, pero se lo toma como una fase más de la vida. “Son etapas que pasan. Yo me adapto a todo. La época de los cines en Jaén fue maravillosa”. Un recuerdo que guarda con cariño más que con amargura.

    JUAN CASTRO "Llegamos a dar cien pases de E.T."

    Aunque su llegada al mundo del espectáculo, tras los telones y las pantallas, fue casual, el jiennense Juan Castro, pasó toda su vida laboral entre proyectores de cine, telones y cintas de película. Fue en 1966 cuando comenzó a proyectar en el Cine Asuán. “También trabajó una hermana mía”, dice Castro, quien recuerda el cúmulo de gente ante las puertas del cine-teatro. Habla con orgullo de aquellos años en los que se llegó a proyectar durante un mes la película “E.T. el extraterrestre”. “Dimos hasta cien pases. Mi hijo iba a verla todos los días”, indica. Pero el Asuán no solo proyectó cintas, ya que, debido a sus portentosas dimensiones —tenía más de 1.100 localidades— acogió a un gran número de espectadores cuando acudían estrellas de las tablas, como Lina Morgan o Juanito Navarro. “Acudía gente de todas las edades y clases sociales. Incluso, recuerdo que muchos iban a todas las películas y representaciones que se celebraban en el cine-teatro”, indica Juan Castro.
    Como la familia Ramírez, dueña del “imperio” de los cines en Jaén controlaba el resto de salas, también rotaba, de vez en cuando a sus trabajadores, por lo que Juan Castro recuerda que, en alguna ocasión, trabajó en los cines Lis Palace, en el San Carlos o en el Auditorio de la Alameda. Tras derrumbar, en la Semana Santa de 2001, el cine Asuán, en el que siempre trabajó, lo trasladaron al Darymelia. “Allí tuve que aprender las labores de tramoyista”, apunta Castro. Y es que este establecimiento ya estaba más centrado en ofrecer espectáculos en directo más que en proyectar cine. No obstante, también se visionaba alguna que otra producción. “En esta última etapa de mi vida laboral, me centré en organizar los montajes teatrales”, manifiesta el extrabajador. A sus 74 años todavía cita esos encuentros con los artistas con los que conversaba “lo justo” para disponer la parte técnica de la obra. “Cada uno iba a lo suyo y yo tampoco les daba conversación”, indica. Su trabajo en el Darymelia fue relevado por su hijo, que actualmente trabaja en el Patronato de Cultura del Ayuntamiento.