Cuando la pepona era un lujo infantil

María José Ortega/Jaén
Una tabla de madera, canicas, cromos, chapas y una comba. Nada más ni nada menos, porque la imaginación hacía el resto. Por entonces, las mañanas del 6 de enero traían solo olor a chocolate y a castañas. Eran otros tiempos.

    09 ene 2012 / 10:00 H.

    Ahora, los magos de Oriente tienen sacas cargadas de Bob Esponja, juegos virtuales y muñecas parlantes.
    De la pepona de cartón que se deshacía en su primero y único baño a los bebés que lloran, andan y hasta dicen te quiero, de tablas de madera que se convertían en coches fantásticos en la imaginación hasta teledirigidos que no vuelan, pero casi. De todo y para todos. En el universo de los juguetes hay entretenimiento para los médicos en potencia, para los futuros maestros y profesoras, para las pequeñas ingenieras e, incluso, para los que sueñan con viajar a la luna o ser un personaje de “La Guerra de las Galaxias”. Ahora, los abuelos que jugaban a la rayuela y saltaban a la comba ven cómo sus nietos cuidan mascotas virtuales y presumen de flamantes bicicletas que muchos de ellos solo pudieron pedalear en sueños. Pero los tiempos cambian.
    Los Reyes Magos cargaron las sacas de los camellos con cientos de muñecas de Dora la exploradora, de Bob Esponja, de patinetes de tres ruedas y de videojuegos. Según afirma una de las dependientas de la tienda de juguetes Lúdica, Ana Isabel Pulido, entre los regalos más solicitados este año por los “tres Magos” estuvieron los juegos de mesa basados en los programas de televisión, como el de “Atrapa un Millón o “¡Ahora caigo!”, los coches de la película infantil “Cars” y, sobre  todo, las muñecas Monster High. “Casi siempre lo que más piden son los juguetes comerciales, los que se anuncian en los medios”, afirma Pulido. En Nicol, otro comercio de la capital, Juan María Gutiérrez asegura que, a pesar de las novedades, los clásicos fueron un éxito en navidades. “El Nenuco, la Nancy y juegos de mesa como Operación, Ritch o el Tragabolas nunca pasan de moda. Incluso, ahora la tendencia es que los padres regalen cosas con las que ellos se entretenían de pequeños, como, por ejemplo, el cubo de Rubik”, comenta. No obstante, para los que sintieron el hambre y la carencia de la posguerra los juguetes eran solo privilegios de unos pocos. De hecho, aquellos niños, hoy abuelos de pequeños poseedores de bicicletas, barbies, cocinitas, helicópteros en miniatura, peluches de osos, perros, vacas, gatos y un sinfín de trebejos, nunca descubrieron un regalo bajo el árbol de Navidad.  Los testimonios  de los mayores cuentan que fabricaban coches con tan solo una caja, que saltaban a la comba al compás de “Al pasar la barca”, que las muñecas  tenían las entrañas de cartón y que las chapas y los cromos eran el entretenimiento preferido en las tardes libres. “Ahora a los niños se lo dan casi todo hecho y hay muy poco lugar para la imaginación. Antes había menos juguetes, pero más amigos y más calle”, opina al respecto Ana Isabel Pulido.
    Sin embargo, la mañana del 6 de enero siempre trajo despertares cargados de ilusión a pesar de que, por entonces, ni siquiera los niños más buenos se esperaban grandes sorpresas. “Yo era feliz con mi ‘puñaíto’ de higos, que era lo que me solían traer  los Reyes, nunca tuve regalos pero me lo pasaba muy bien con mis amigos en la calle, nos distraíamos incluso con un trozo de cartón, una guita, una tabla de madera o con un puñado de arena”, recuerda un vecino de la capital. “Es cierto que los niños de ahora saben mucho de tecnología y ordenadores, pero aunque tienen miles de juguetes no saben jugar”, añade.
    Pachangas “reales” y “mágicas” en El Tomillo
    n Los Reyes llegaron tarde al barrio de El Tomillo, pero lo hicieron, y cargados de regalos gracias a una altruista iniciativa. La asociación de residentes, con la colaboración desinteresada de un vecino, Jesús Raya, organizó una serie de partidos amistosos de fútbol en los que el único requisito para participar fue traer un juguete bajo el brazo. Asimismo, un grupo de amigos compró para los niños veinte kilos de caramelos.