Cualquier tiempo pasado, fue anterior

Apenas cinco puntos de pérdida de Producto Interior Bruto en el último lustro, han provocado el desplome de todos los índices de actividad, y la vuelta al panorama de exportadores de mano de obra. Cerca de ochenta mil parados en nuestra provincia, delatan la ausencia de expectativas de empleo. Ante estos datos, nuestra juventud viaja, nuestro talento emigra, desesperados, sin miedo y con ilusión, en busca de otras economías donde desarrollarse, donde crecer, con el riesgo a desempadronarse para siempre de la calle que los vio jugar, de la escuela que los vio sumar, del instituto que los vio madurar.

    08 abr 2013 / 22:00 H.

    Con el lema “Jóvenes Sin Futuro” miles de personas se han manifestado en las plazas de todo el mundo, reivindicando políticas que incentiven la creación de empleo en sus lugares de origen. Si nos pidieran dibujar en un mapa el círculo donde situar el ámbito geográfico de nuestro desarrollo profesional, seguramente pincharíamos, con la aguja de un compas, en nuestro lugar de nacimiento, y trazaríamos esa circunferencia con la apertura lo más pequeña posible. Procuramos vivir en la tierra que nos vio nacer. Nadie disfruta saliendo a buscarse la vida al extranjero, conscientes que se sacrifica tanto, en condiciones muchas veces precarias. La inmigración es castigada a un abaratamiento de costes, como un reflejo social del dumping empresarial, consistente en bajar precios, para conquistar mercados. Es el dumping social. Llora quien viaja sin billete de vuelta, quien sacrifica tanto y a tantos para crecer, quien pierde la esperanza en volver. Pero más debería llorar la tierra que permite huir aquel talento al que tanto esfuerzo ha supuesto formar, y al que tanto necesitamos para salir de esta. Habría que sumar a la prima de riesgo, el que otros países crezcan gracias a nuestro talento, a nuestro capital. Ante esta situación, la generación mejor preparada de la historia, no puede contribuir al retorno que toda sociedad necesita cuando invierte en el principal factor de producción que es el conocimiento y por tanto el capital humano. Absurdas resultan las referencias a que la formación anterior era de más calidad, que donde se ponga el BUP o el bachiller con el latín, y los godos, que se quiten los nuevos sistemas educativos equitativos, igualitarios, y tecnológicos. No existen elementos objetivos para comparar, ya que la sociedad y el entorno van cambiando, y tan importante para el desarrollo de una persona sería hace unos años saber latín, como hoy día manejar una hoja de cálculo. No se puede salvar una generación castigando a otra. Porque cualquier tiempo pasado, simplemente fue anterior, y toda sociedad debe contribuir al asentamiento de su población y por tanto a la incorporación de la juventud al mercado de trabajo.
    Rafael Peralta es economista