Cualquier objeto sin conciencia
Sé que nadie leerá mi estado, pero, a veces, cuando me aburro, salgo al jardín y finjo ser una seta”. Es un comentario extraído de Facebook. No hay más.
Tampoco es necesario. Basta verlo para que den ganas de, si no transmutarse en un conjunto de hongos pluricelulares a los que todavía les duelan la tierra y la existencia del “otro”, de convertirse en un objeto: En una maleta, para ir de arriba abajo sujeta fuerte de una mano; en unas gafas de sol que protejan contra el cinismo, o en una copa para ser largamente besada. Cualquier cosa sin conciencia que no pueda avergonzarse por los gastos sin control de ladrones de cuello blanco con los ahorros de gente de a pie o por la bochornosa gestión de un virus mortal por el que la víctima fue momentáneamente declarada culpable.
Valdría cualquier objeto. Pero, sin llegar a ese extremo —imposible, por otra parte, sin una lobotomía— una pista de baile y unos tragos prolongados hasta la madrugada a veces bastan para alcanzar la planicie mental. Lástima que olvidar la inmundicia con un Four Roses en la mano también sea difícil en esta ciudad después de las 4 de la mañana.