Cronista por amor a la historia
Cuenta la historia que el general Rafael de Riego, apresado por las partidas realistas de Fernando VII, estuvo preso en la casa del comandante de Arquillos allá por el año 1823.

Se trata de una vivienda de estilo sobrio, precisamente porque fue construida en el levantamiento de Carlos III, situada justo al lado de la iglesia. Entre sus paredes nació José Joaquín Martínez Jiménez, un hombre comprometido con la tierra en la que están sus raíces más profundas. El ambiente en el que creció fue determinante a la hora de elegir destino. Llegó a convertir su pasión por la investigación en un trabajo altruista con el que, ahora, se ve recompensado. Ser cronista de su municipio lo es todo para él.
Tiene 41 años, está casado y es padre de dos hijos. Su corazón está dividido entre Arquillos, Cazorla y Jaén. Tres lugares importantes en su vida, cada uno con sus singularidades, en los que dejó y promete dejar honda huella. Hijo único, el dilema de estudiar Ciencias o Letras fue el primer gran problema al que se tuvo que enfrentar. Amante de los animales y de la historia, se decantó por Humanidades y, a la postre, acertó. No fue difícil encontrar trabajo y, además, en un oficio del que quedó prendado el primer día. Ejerce como profesor de Secundaria en Las Carmelitas y, desde 1998, puede presumir de ser un hombre feliz en su aventura laboral. Licenciado, más tarde, en Historia del Arte, cerró esa espinita que tenía clavada y ahondó un poco más en su exquisita formación. Es uno de los docentes más queridos en un centro educativo de reconocido prestigio de la capital. Vencida la timidez, compagina con maestría la seriedad con esa “mano izquierda” tan necesaria para ganarse la confianza y el respeto del alumnado.
En su memoria guarda con letras de oro la experiencia de ser pregonero de las fiestas del patrón arquillero, San Antón, todo un honor para él y para su familia. No tuvo que hacerlo mal. El Ayuntamiento fijó en él su mirada y le propuso ser, desde aquel momento, el cronista oficial. Lleva con orgullo figurar y, sobre todo, trabajar como asesor cultural e histórico del pueblo de su alma, un cargo como un traje hecho a su medida. La investigación y el estudio de los orígenes de su tierra le permiten ahondar también en el pasado de su propia familia y descubrir anécdotas como la de su tío bisabuelo, un veterinario que Pío Baroja nombra en su libro “Desde la última vuelta del camino”.
Casado con la hermana de dos de sus alumnas, se siente un privilegiado en lo profesional y en lo personal. El culmen de la felicidad son sus dos hijos que, aunque le roben el sueño, son un regalo del cielo. Lo único que le queda por hacer es escribir un libro infantil y una novela histórica. Y lo hará.