Crónica del desconsuelo
Qué poco dura la alegría en la casa del pobre. Pues eso. Caras largas, cuando no cabizbajas, miradas perdidas y la sensación amarga de haber tocado esta gloria de andar por casa que era la permanencia. Solo queríamos mantenernos, que aplicado a la vida de los lunes es un seguir tirando. Un virgencita que me quede como estoy balompédico. Pero más que encomendarse a rezos o a himnos, mejor hubiera sido repartir valeriana. El equipo estuvo hecho un flan en cada balón aéreo que colgaba un rival que supo jugar con nuestros nervios.

En la previa, las referencias testiculares trufaban el discurso bien para infundir ánimo a la tropa o para indicar que se habían subido a la corbata, más general y silenciosa esta segunda opción. La primera parte sirvió para templar ánimos, para tener la posesión, pero sin pegada. Al menos tranquilizaron las ganas.
Y el descanso llegó para aplazar las emociones, como si de una sucursal bancaria de entusiasmo se tratara. Nos dio crédito escaso en la reanudación con un golazo de cabeza de Jona y se cerró el grifo. Tiempo para noquear, pero el paso atrás fue mental. Nuestra pequeña gloria se tocaba y de pronto se acumularon todas las letras. Me acordé del agorero compañero de la primera parte que mascullaba: “Está todo el pescao vendío... desde la temporada pasada”. ¿A qué viniste, nostradamus pescanova? La fluidez cambió de esquina, y cada golpe fue peor. Primero un susto anulado, para después consumar un empate que enmudeció La Victoria. El segundo hizo desfilar a los incrédulos. Fran Machado nos hizo soñar un poquito. La fortuna se resistía a irse.
Y se entonó, otra vez, el dichoso “Sí se puede” que ha hecho tanto daño al fútbol como las coderas a las camisas... No había tiempo para alegrías. Jaén no es ciudad para fiestas. Con el Real Jaén de rodillas, solo los fieles aplaudiendo, desde el fondo sur se puso letra al deseo: volver el año que viene. La afición sí le da crédito. Ojalá que sea suficiente para cubrir los descubiertos.