20 may 2015 / 15:12 H.
Tenemos el privilegio de vivir en medio del campo. Nuestro aire, unas veces, demonio con el rabo enfurecido, es un bálsamo purificador de pulmones cansados. Ahí está Jabacuz, pétreo Polifermo con su único ojo, vigilando los destinos de este, mi Jaén, amoroso y falto de amores. Es el segundo domingo de mayo, mes de las flores, roja amapola, varita sanjosé, la margarita blanca o amarilla deshojada, me quiere o no me quiere, qué será de mí. Flautas de colorines (jilgueros), calandrias y la filomena de San Juan de la Cruz están vistiendo de notas estos pagos de La Glorieta que me saben a gloria. La gente está de romería. Llamada con fervor, en una blanca ermita, está la imagen bendita del Cristo del Arroz. En la Fuente de La Peña, mi morena está lavando y entre guapas mozas coplillas de romero “ayayay”, está cantando. Qué bien suena el tambor, la bulla es un clamor, cuando sube por la cuesta, el Cristo del Arroz. Agua, quién quiere beber; en la piedra calcárea, transparente y juguetona, recién acaba de nacer. Reina la alegría, el fervor centenario, mecido en el columpio de los siglos, no está reñido con un arroz campestre y jaenero.