Cristino.- Una infancia hecha literatura

Pepi Galera /Jaén
'Mercedes, el niño no va a dar la talla'. Esa frase quedó grabada a fuego en la memoria de Tino, un niño, hijo de guardia civil, que se crió en la casa cuartel de Fuensanta. Y también esa frase, cincuenta años después, inspiró a Almudena Grandes para El lector de Julio Verne, al escucharla de viva voz de aquel niño, Cristino Pérez Meléndez.

    30 mar 2012 / 15:03 H.


    Y esa irresistible historia que escuchó Almudena Grandes, para ella, una regalo de Cristino, la hizo literatura. “La naturaleza copia al arte”. Cristino Pérez Meléndez recurre a la aseveración de Óscar Wilde para dar algo de luz, de sentido, a esta historia que narra la última novela de la escritora madrileña, que se entremezcla con sus propios recuerdos. “Cuando se mira, hay cierta intencionalidad y esa mirada puede venir mediatizada por el arte. Yo, dándole vueltas, pienso que es lo que a mí me ha ocurrido. Historias como las que yo le conté a Almudena, todos los adultos de mi edad tienen. Esos son los hechos, digamos, con minúsculas. Cuando ya las historias se hacen literatura, arte, toman una dimensión universal”, explica Cristino. “Ahora lo que a mí me ocurrió de niño lo estoy copiando de lo que Almudena hizo tan artísticamente. Ando ahí, pensando que lo real es lo que Almudena contaba. Una realidad que yo, de niño, no pude percibir así. Ahora, mirándolo, digo: Ese niño pudo ser así”, afirma. “Ella fue muy generosa y me dice que esta es la novela de Cristino, es un gesto de cómo es Almudena. Que, además de una excelente escritora, es muchísimo mejor persona. No, la historia de Cristino es una historia con minúsculas y ella hace la historia con mayúsculas”, sentencia con rotundidad este fuensanteño, nacido en Marmolejo, con raíces cordobesas y residente en Granada.

    Una máquina de escribir, o cómo empieza todo
    “Este es un hecho fascinante para mí, que me emocionó al leerlo en la novela por primera vez”, asegura. “Mi padre estaba preocupado por mí, como ocurriría con todos los padres de aquella época. Él, en aquel tiempo, creo que por el año 1956, no se podía ni imaginar que sus hijos llegarían a estudiar, ya que fue un tiempo de mucha pobreza, de clases sociales muy marcadas. Él era guardia civil y se había escapado de la dureza del campo, de un pueblo de Córdoba, de Nueva Carteya”, cuenta Cristino. “Él pensó que no estaría mal que su hijo también fuera guardia civil. Pero yo era bajito y se temía que yo no iba a conseguir la talla mínima para entrar. Por el simple hecho de ser hijo de guardia civil, había muchas facilidades, pero había algo que era imposible saltarse: la altura”, rememora.
    Una noche, en aquella casa cuartel de Fuensanta de Martos, Tino, acostado, escuchó una conversación entre su padres: “Mercedes, el niño no va a dar la talla”. Recuerdo perfectamente la frase y es la que a Almudena tanto le llamó la atención. “Pero mira por donde en España solo hay 14 mecanógrafos”, dijo Antonio, el padre de Tino, con la emoción de tener la solución para el futuro de su único hijo varón. “Si yo no lo he desvirtuado, ese dato se lo escuché a mi padre. Entonces, mi madre, que del manejo de las letras tenía un nivel más bajo que mi padre, pero tenía esa sensatez y madurez propia de la mujer, le hace el siguiente reproche: Pero Antonio, ¿cómo va a haber catorce mecanógrafos en España y uno va a estar en este pueblo? Eso fue una genialidad de mi madre fuera de todo lo normal”, recuerda Cristino. “Mi madre siguió insistiendo: Y el cabo, ¿cómo es posible que también escriba a máquina? Efectivamente, el cabo también escribía a máquina, pero ahí mi padre se salvó. Muy raudo, argumentó: El cabo escribe, pero lo hace con dos dedos, mirando. Entonces es cuando mi padre decide llevarme a escribir a máquina con un empleado de la cooperativa”, recapitula. Almudena Grandes recoge esta anécdota y la hace punto de partida de El lector de Julio Verne, esa carta de presentación de su última novela que emocionó a su protagonista.
    Y este primer profesor de Tino de mecanografía lo puso a hacer ejercicios de repetición. De qwert, pasó a poiuy, después a asdfg...eso sí, repitiendo cada día, durante toda una semana, tres hojas. “Me tiré un año con esa historia, lo que se puede aprender en quince días”, relata Cristino. “Ahora he decidido buscar a aquel señor que me dio esas primeras clases”, afirma.
    “Ese es el hecho real, no la historia de Almudena, tan espectacular, tan maravillosa. Ella, aprovechando ese dato, cuenta que doy clases de mecanografía con la hija de un teniente de la Guardia Civil. Después de varios acontecimientos, mi padre vio que con ella no adelantaba, algo que no ve con el de la cooperativa. Él, durante esas incursiones, esos registros que hacían a los familiares de los posibles, como ellos les llamaban, bandoleros, ve cómo había unas mujeres, Las Rubias, tenían libros, eran educadas y hablaban bien. Mi padre me quita de la hija del teniente con el riesgo que supone y es capaz de llevarme a que me den clases las comunistas. Eso es ficticio, pero lo bonito que consigue la literatura es que represente la preocupación de cualquier padre. Y hablando de que la naturaleza copia al arte, yo sé que mi padre lo hubiera hecho también”, admite Cristino.
    “El juego de Almudena es articular las historias que yo le cuento. La de Cencerro es una conversación que tenemos junto con lo de la máquina de escribir. Ella, según lo que yo leo entre líneas, vio la novela en la historia de Cencerro, el mítico guerrillero de la Sierra Sur, aderezada con las correrías del hijo de un guardia civil, dentro de Episodios de una guerra interminable”, reconoce.
    Cuando Tino cumplió once años, sus padres, Antonio y Mercedes, preocupados porque sus hijos— él y sus hermanas Dulce y Pepita, ya que Mercedes nacería más tarde— pudieran estudiar, piden el traslado a Jaén. “Alguien le cuenta a mi padre que había un profesor particular, que se llamaba don Eduardo, que nos podría enseñar. Mi padre, teniendo muy poco dinero, porque los sueldos eran muy bajos, hizo el esfuerzo”, reconstruye. “Tal era su interés por nosotros”, añade. “Ese maestro nos daba francés, física, química, matemáticas, de todo”. Una formación que a priori podría parecer completa, acertada, pero que, hoy, mirando hacía atrás, Cristino ve deficiente. “Fíjate, tengo en mi expediente un sobresaliente en Francés que conseguí al examinarme por libre. Ni yo sabía francés, ni mi profesor. Él me decía como se escribía y solo era transcribir. En el instituto, al contrario, aunque el nivel fuera bajo, al menos, el profesor de francés sabía hablarlo”, argumenta hoy Cristino, catedrático de Psicometría en la Universidad de Granada.

    Monte Lope Álvarez, la etapa docente más bonita
    “Una vez que terminé Bachiller, hice Magisterio, una de las únicas dos opciones que había en Jaén. Me quedé con las ganas de irme a estudiar Matemáticas a Granada, donde se fueron mis amigos íntimos como Manolo García, Diego Barajas o Paco Moreno”, recuerda. “Me quedé aquí, trabajando como interino en una escuela hogar de un pueblo muy bonito, que es Monte Lope Álvarez, una experiencia maravillosa. Esa etapa es la que me hizo determinar que me iría a estudiar Psicología. Ya había perdido casi la esperanza de estudiar en la universidad, pero esos niños, a los que yo me entregué en cuerpo y en alma, una de las épocas de las que más satisfecho me siento en mi carrera docente, me despertaron las ganas de estudiar Psicología para volver y ayudarlos”, recuerda.

    Madrid, los jesuitas y el día del atentado contra Carrero Blanco
    Al final de aquel curso, Cristino decidió volver a dar un giro en su vida. Su destino: Madrid. Allí estudiaría Psicología, la vocación que le despertaron los niños de Monte Lope. “Me planté en junio en Madrid y me puse a buscar trabajo durante los tres meses de verano. Y no lo conseguí”, asegura. Aun así, se empeñó en quedarse en Madrid y renunció a su plaza. Tal fue su tesón que el primer mes lo pasó limpiando coches. Pero, en ese momento, su suerte cambió: “Encontré un trabajo como maestro en un colegio de jesuitas, exactamente, en el que cayó el coche de Carrero Blanco en el atentado”. Ese día no estaba físicamente allí por una casualidad. “Uno de los profesores pidió adelantar un día las vacaciones de Navidad. Ese día estábamos citados para la comida de final de trimestre. Me levanté y escuché en la radio lo de Carrero Blanco. Llegué al colegio e intenté acercarme, pero no me dejaron pasar”, recuerda. Entonces, volvió a Jaén para pasar la Navidad. “Después de las vacaciones, me di cuenta de que el coche, si hubiéramos estado dando clases, hubiera caído en el patio justo enfrente de nosotros. Mi preocupación fue mirar los desconchones en el suelo para comprobar si a algún niño le hubiera pasado algo”, describe.

    El gran golpe de suerte que hizo de Tino El lector de Julio Verne
    Terminó Psicología, con unas excelentes notas. Y otro giro del destino, o nacido como fruto de su esfuerzo e inquietudes, consiguió una plaza como profesor ayudante en la Universidad de Granada, gracias a uno de los jesuitas del colegio donde trabajaba. “Creo que fue el romanticismo por las ganas que me habían quedado de estudiar allí en su momento, aunque ahora lo recuerdo y quizá me parezca algo ridículo, pero, para mí, fue un sentimiento de triunfo y satisfacción inimaginable”, admite. Fue en el año 1979, en el mes de octubre, cuando llegó a Granada. “Comencé como ayudante de curso, no tenía ni la tesis doctoral ya que había terminado tres meses antes en la Universidad. Pero aquel fue mi gran golpe de suerte: allí fue donde encontré a Luis García Montero”, asevera. “A él, en esa época, aún no se le conocía. Tenía escritos un par de ensayos y era profesor ayudante. Conocerlo a él, supuso muchas cosas. Primero, ponerme en contacto con la poesía y la literatura. Eso empezó a fascinarme”, afirma. “Luis me lleva a Rafael Alberti, a Caballero Bonald y a todo ese ambiente de cultura, con el que yo voy creciendo. Conozco también a Ángel González, un ser maravilloso con el que he tenido la suerte de estar hasta su muerte y echo mucho en falta; a Goytisolo, a los cantantes Miguel Ríos, Joaquín Sabina y Paco Ibáñez; a Mario Benedetti y a José Hierro”, comenta.
    Almudena Grandes capta en esta etapa de la vida de Cristino otro detalle con el que juega en su novela. Nino descubre otro mundo a través de los libros en el cortijo de Las Rubias; Cristino, el real, vive este descubrimiento en esta etapa en Granada, de manos de poetas y escritores. “Ahí es donde está el lector de Julio Verne”, reconoce. “Siguiendo mi camino de la Psicometría, muy científico y técnico, no he dejado de indagar en la filosofía. Este mundo es el que me da el equilibrio y me ha salvado. La verdadera dimensión de la cultura, esa que no tuve nunca, es cuando me llega, a los 29 años de la mano de Luis. Primero, me llevó a ella y, después, a Almudena. Esa fue mi verdadera suerte”, finaliza este lector de Julio Verne de carne y hueso.