Crisis del ébola

Desde hace unos días vivimos en una especie de histeria colectiva escuchando y comentando las noticias que nos llegan sobre el caso de Ébola detectado en España como consecuencia de algún fallo a lo largo del proceso que se ejecutó para intentar tratar a un enfermo al que se repatrió cuando ya poco podía hacerse por su vida.

    10 oct 2014 / 10:16 H.

    No es cuestión ahora de buscar culpables a los que responsabilizar de esta situación, se supone que ya llegará el momento adecuado para ello, si no de encontrar el camino correcto para conseguir atajar el contagio y evitar que se transforme en una epidemia. Hay situaciones en las que se actúa de manera ineficaz y como resultado se producen crisis de un alcance insospechado. Estamos en esa penosa encrucijada en la que pocos saben que camino es el más adecuado y cuáles son las normas imprescindibles que se han de seguir para resolver este problema. Creemos vivir en un mundo pretendidamente feliz, una Arcadia a la que nuestros gobernantes pretenden mantener incólume y libre de los males que aquejan a otras regiones de la Tierra mucho más desfavorecidas. Ponen trabas a los movimientos migratorios y a la circulación de personas por mor de preservar la identidad cultural y el bienestar de las sociedades occidentales cuya salud social se encuentra en plena decadencia. Se señalan y se magnifican las diferencias culturales, religiosas y sobre todo raciales que sin duda existen y que nos hacen distintos pero no desiguales, y que sobre todo no deben constituir una barrera que nos separe hasta el punto de hacernos despreciar e incluso odiar a los que nada tienen excepto la vida, esa vida que se derrama a millares en países aquejados por ese virus que no pueden controlar por falta de medios, esos medios que nosotros tampoco les procuramos. Y de repente, se nos cuela el virus, un peligroso virus que hasta ahora no era nuestro sino de ellos, y nos sentimos concernidos, atemorizados, buscando culpables en vez de soluciones. Esas soluciones que el mundo civilizado ya hubiera tenido que encontrar para ofrecérselas a aquellos que las necesitan desde hace años. Esos hombres y mujeres que están llamando a nuestra puerta y que esta sociedad deja morir.