Crimen y castigo
Aparentemente el gobierno actúa de forma imprecisa y torpe, según van apareciendo las dificultades heredadas del gobierno anterior, al que acusan de haberlo obligado a ejecutar los recortes con tanta rigidez. Pero no, no actúan con imprecisión.
Ya lo avisaron: haremos lo que tengamos que hacer sin que nos tiemble el pulso. Y lo están haciendo severamente, “con valentía”, se animaba Cospedal en su pregón justificativo de esta gran sangría en la que no está quedando títere con cabeza. No es torpeza inmediata, todo estaba premeditado por una ideología que no soporta la socialización del mundo, el estado de bienestar, la alegría de los humildes, la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora. Llevan décadas diseñando las herramientas de control y aniquilamiento, y ahora todo se les ha puesto a huevo: la Democracia les ha entregado las llaves para que desarrollen su delirio de venganza y parezca un acto de lógica irrefutable. Dice Lacan en “Motivos del crimen paranoico”, que la pulsión agresiva, que se resuelve en el asesinato, aparece así como la afección que sirve de base a la psicosis. Se la puede llamar inconsciente, lo cual significa que el contenido intencional que la traduce en la consciencia no puede manifestarse sin un compromiso con las exigencias sociales integradas por el sujeto, es decir sin un camuflaje de motivos, que es precisamente todo el delirio”. El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, escribía este domingo que los políticos, cumpliendo las directrices de los mercados, están ocasionando “el suicidio económico de Europa”. Más que suicidio, nos están suicidando, porque esta clase política, que ejecuta las órdenes de la casta superior, está indultada con priviliegios. Echemos un vistazo a cargos políticos colocados, tras su colaboracionismo, como altos consejeros y ejecutivos de grandes empresas: González, Aznar, Elena Salgado, Miguel Roca, Solves, Cabanillas, Solana, Carmen Becerril, Narcís Serra, Zaplana, Rodrigo Rato. Lacan habla de una “pulsión teñida de relatividad social, que teniendo la intención de un crimen, casi constantemente es la de una venganza, a menudo posee sentido de un castigo, es decir de una sanción emanada de los ideales sociales, y a veces, finalmente, se identifica con el acto acabado de la moralidad, tiene el alcance de una expiación (autocastigo)”. Todo estaba premeditado con alevosía. Detalles de sadismo y mezquindad lo revelan: el nombramiento de Trillo como embajador en Londres, el indulto a los condenados por falsear las autopsias del Yak 42 y negar a los inmigrantes irregulares el derecho a la atención sanitaria. Guillermo Fernández Rojano es escritor