Credibilidad

Fernando Cuesta Garrido/Desde Jaén. Credibilidad es una palabra que encierra un gran valor. Contiene una virtud que escasea entre la clase política si atendemos a las encuestas del CIS. Nuestros políticos que se dedican a eso de la cosa pública de forma profesional no tienen un buen prestigio entre la ciudadanía. La crisis, en la que estamos inmersos, lo ha puesto de manifiesto.

    20 jun 2012 / 14:20 H.

    A pesar de los duros tiempos por los que todos estamos atravesando un sector de la clase política no parece haberse dado cuenta. La gestión que han desarrollado de los recursos de todos los ciudadanos no ha resultado eficiente ni eficaz. Durante varios años los dirigentes políticos en los que habíamos depositado nuestra confianza han dilapidado nuestros recursos. Comenzaron por negar lo que todos sabíamos. Comenzaba una crisis sin precedentes. A pesar de ello nos dejamos llevar por el optimismo. Nos negamos a escuchar lo que se nos venía encima. Como prueba de ello asistimos a un espectáculo lamentable. Cuando el ya ex-ministro Solbes en un cara a cara electoral con el señor Pizarro, mantenía que nuestro país se encontraba al margen de la crisis. Lo que ha venido después todos lo estamos padeciendo en carne propia.
    A nadie entonces debe extrañar que los ciudadanos de este país traten de desvincularse de una clase política carente de responsabilidad. En la actualidad, el Gobierno de Rajoy trata de reorientar la economía, pero es muy difícil dado lo que se ha estado haciendo con este país. Necesitamos una regeneración política, social y económica. La crisis va más allá de una mejora en la economía y el empleo. Se trata de airear todos aquellos elementos que han contaminado la política. Hay que impulsar una nueva era democrática donde la vocación de servicio público debe prevalecer por encima de todo. Los responsables políticos han de tener un límite en cuanto a la permanencia en la primera línea de la política. El presidente de Gobierno, alcaldes o parlamentarios no deben permanecer en la silla más de ocho años. Al igual que los que llamamos asesores, los cuales deben desaparecer ya que son los partidos los que mejor asesoran a los líderes de cada una de las formaciones.
    En cuanto a los funcionarios han de comenzar a disminuir su número. Se ha demostrado que la administración no es más eficiente si el número de trabajadores es abundante. Al contrario, supone a veces un aumento de la burocracia que a todos nos pasa una factura bastante importante si atendemos al incremento que ha experimentado en los últimos años todos los impuestos. No podemos acabar sin poner el acento en el sistema autonómico. Se ha convertido en un verdadero cáncer para la economía de este país. Las duplicidades que ha generado son numerosas. Los parlamentarios de cada una de ellas nos cuesta el “ojo de la cara” mantener. Además su eficiencia deja mucho que desear. Por tanto, es urgente un adelgazamiento de todas las autonomías y si es posible alguna fusión entre algunas sería un buen sistema para la buena gestión. Lo mismo se aplicaría para los más de ocho mil ayuntamientos. La unificación de algunos de ellos nos reportaría un buen ahorro. Por último, las diputaciones habría que reorientar sus competencias. No pueden seguir funcionando como un gobierno de provincia. Una nueva orientación se debería establecer. Todo ello es una propuesta para la recuperación de la credibilidad de la clase política.