Crear carencias

Una de las técnicas más eficaces utilizadas por los vendedores es la que podríamos llamar la de crear carencias o la de inventar la escasez, una argucia comercial que consiste en hacerle creer a los clientes que cierto producto está agotado o a punto de agotarse, cuando en realidad sobran existencias. En el acto, esta supuesta sobredemanda del producto estimula el deseo de posesión y decide el encargo o la compra.

    22 oct 2011 / 10:00 H.


    Para una sociedad como la nuestra, ensimismada en su poquedad y parasitada por una política de articulaciones oxidadas, el movimiento de los indignados ha supuesto algo parecido a la técnica comercial de crear carencias. No es que hayan inventado algo tan real como que nuestra democracia es escasa pero, por el mero hecho de descorrer un velo y mostrar el cuerpo esquelético de nuestro sistema de partidos y los huesos de zombi de nuestra participación ciudadana, se diría que esa escasez se antoja tan nueva que parece creada ex profeso para pregonarla en la Puerta del Sol.

    El gran acierto del 15-M es tan simple como saber señalar lo evidente y llamar a las cosas por su nombre, con la voz sin demasiados exabruptos que requiere la firmeza. Sus peticiones de refundar la democracia o de recortar los colmillos al poder financiero parecerían alcanzables a corto plazo si la droga dura del conformismo y la cadena sobredorada de los intereses económicos no nos hubieran aletargado durante tanto tiempo. En estas circunstancias, conseguir lo obvio se transforma en un sueño; a la petición de cambios razonables se le llama revolución o a los pacíficos ciudadanos que deciden por mayoría asamblearia se los tilda (Aznar dixit) de extrema izquierda. En esa estulticia, hija de los intereses y de la falta de rubor, que es Intereconomía, se ha llegado a decir que los indignados son una creación en la sombra de Rubalcaba.  Cuando a Zygmunt Bauman, el filósofo de “la modernidad líquida”, se le preguntó por el 15-M, contestó que era un movimiento periódico, propenso a la hibernación, sacudido por la inestabilidad de las emociones. Sin embargo, es dudoso que los indignados no consigan perdurar (siempre que aparten como a garrapatas a los violentos) y que no consigan, como hasta ahora, convertir sus gritos en palabras y sus emociones en argumentos. En todo caso, a partir del  15-M se abrió un museo al aire libre donde empezó a exhibirse lo que no teníamos; un museo de nuestras carencias que, al ser expuestas a plena luz y ser voceadas por vendedores desinteresados, tenían tal rotundidad que parecían inventadas. Ese día aprendimos que los vestíbulos del parlamento podían ubicarse en plena calle, que los amordazados podían hablar y sacudirse la modorra los enfermos de rutina. Supimos también que la esperanza siempre resiste y, si se la apuntala con nuestros hombros, puede caminar con orgullo por la misma calle que nosotros pisamos.    

    Salvador Compán es escritor