Coplas de otoño

Y así estamos, de esta guisa, “apoyaos” en el quicio de la mancebía, viendo pasar cuantos amores efímeros nos dispensan los voceros, mercachifles y trovadores de ocasión, aquí siendo lo que somos, ejerciendo la dignidad o la mansedumbre en la perpleja contemplación de las mentiras de hoja perenne sobre las que el proceloso otoño no puede imponer su justicia. Las coplas, en su gran mayoría, atesoran en sus letras un compendio de amores contrariados, de pasiones desbordadas, de fatales tragedias, son el sentimiento exacerbado y la razón oscurecida. Todos los que tenemos ya una edad respetable, seguramente recordamos a nuestras madres, abuelas o vecinas acompasando las labores “propias de su sexo” con el afán tonadillero, voluntariosas copleras en fatigosa emulación de las grandes del género como Juanita Reina, Concha Piquer o Pastora Imperio, casi “ná”.
Podemos evocar sensaciones que han impregnado nuestro devenir, como puede ser aquella curiosa conjunción que se establecía y que emparentaba la copla de moda con el hervido de coliflor, o a Lola Flores con su pena, penita, pena con una fritanga en aceite rancio, y todo en graciosa armonía empapando el patio interior de los vecinos. Ya puestos en estos versátiles apasionamientos y aturdidos por la melancolía otoñal, a Jaén podemos reconocerla en la letra de la “Bien pagá” cuando se canta aquello de: ná te pío, ná te debo, entre sus olivos han quedao sepultás penas y alegrías, que te dao y me diste, y esas joyas que pa otro lucirás. O aquella otra más cruda y de puro despecho como es “La falsa monea”: que de mano en mano va y ninguno se la quea.
Ay señor, señor, suspiros de Jaén, levántate brava, pisa con garbo, que un relicario con tus lágrimas de aceite me voy a hacer, y aunque no soy minero ni emigrante siempre estaré a tu vera, a la verita tuya, aunque sé que no debería de quererte, y sin embargo te quiero, aunque se me paren los pulsos y na se te importe. Cae el telón y cada mochuelo a su olivo.

    26 nov 2015 / 11:53 H.