Contra la corrupción: transparencia

Por primera vez han saltado todas las alarmas de lo que desde hace una década empezaba a apuntar como un mal de nuestra democracia: la corrupción. Lo peor de la corrupción no es solo que exista —no se conoce sociedad o estado que no la padezcan— sino la respuesta de las instituciones, los partidos y los electores a ella. No parece que en este sentido estemos dando ejemplo de responder adecuadamente a esta sangría de credibilidad democrática. En ello influye sin duda nuestro fatalismo y escasa cultura de control. El 70% de los europeos cree que la corrupción es inevitable y 2 de cada 3 creen que la corrupción forma parte de la cultura empresarial de su país. De la misma manera, la mayoría cree que ni la política, ni la justicia son capaces de acabar con ella. Por eso, creo que para evitar este fatalismo y recuperar le credibilidad de la democracia, resultaría fundamental dejarnos de recetas o leyes que no implican castigo para los que no cumplen y aplicarnos el cuento de las "reformas estructurales y de gran calado" que habrá que aplicar de una vez por todas a la política y a los partidos políticos. La sociedad ya no parece estar dispuesta a soportar partidos e instituciones no democráticos, opacos, sin control y con formas de ejercer el poder del siglo del nepotismo. Quien piense que podremos salir de ésta, con solo estrategias de maquillaje o de las que cambian todo para no cambiar nada, se equivocará. Los países menos corruptos cuentan con sólidos sistemas de acceso a la información y normas que regulan el comportamiento de los cargos públicos y España es el único país que no cuenta con una Ley de acceso a la información. La mejor receta contra la corrupción por tanto, se llama transparencia, rendición de cuentas y medidas penales para quienes caigan en comportamientos "antipolíticos". Pero acabar con la corrupción significa también acabar con las corruptelas en las que han entrado todas nuestras instituciones públicas. Desde el enchufismo, al tráfico de influencias o el pago de comisiones. Aunque no todo es igual de grave, todo forma parte del mismo comportamiento. Mientras no acabemos con el dedo de la “coptacion” y desde la izquierda no demos ejemplo desde la coherencia con nuestros comportamientos, difícilmente podremos construir los pilares de un buen gobierno, se ejerza donde se ejerza. El costo económico de la corrupción en la UE se calcula en 12.000 millones de euros por año. ¿Se imaginan ustedes, cuantos empleos se podrían crear con ese dinero? Por eso no se puede caer en el fatalismo, podemos acabar con la corrupción y nos toca hacerlo. Quien sea capaz de liderar un gran pacto social por la decencia democrática y contra la corrupción, liderará el futuro de este país.
Isabel Martínez es periodista y exsecretaria general de Política Social

    14 feb 2013 / 17:13 H.