Constantia exempla
Desde Jaén. Si algo nos enseña la historia es que, a pesar de todo avance relativo a las condiciones de vida de los seres humanos, su terrible condición hace que esta se repite de forma constante en el devenir de los acontecimientos en el tiempo. La sociedad está deshiperestesiada respecto de los quehaceres en lo político, que la mantiene en un estado de servilismo, fruto de un estilo de vida que no sabe comprender sus intereses.
Se vive en la esperanza de que llegue algo que se prometió sin mover un dedo, y eso denota falta de interés y de toda preocupación en los ámbitos de lo político o de lo jurídico porque todo se encuentra tremendamente codificado. Desde los grandes palcos y las tribunas se nos cambian mentiras por votos y pretenden credibilidad a cambio de una libertad entendida como opcionalidad. Cuando dicen que poseemos la facultad de elegir no explican que en el repertorio de opciones no se incluye aquello que se prefiere. Quizás la clase política debiera replantearse su funcionalidad al servicio de la sociedad y no al revés, como generalmente ocurre, para evitar el desmoronamiento de lo construido, en aras del futuro, asentado en la experiencia del pasado. Los hombres, aleccionados por la educación que se les debe suponer, no pueden caer en la tentación de una permisivilidad no licenciosa, porque no pueden desatarse de toda ligadura respecto de su principal deber. Es decir, los hombres electos tienen que saber ponerse frenos. Pero claro, cuando uno se encuentra con el paisanaje político que tenemos, tanto de lado de los que gobiernan, como de los que le hacen oposición. Pedir peras al olmo carece de racionalidad, y a uno le entran ganas de llorar, o de reír, sin saber muy bien porqué en ambos casos. Y hablando de hombres, tomo como mío el concepto que Cicerón tenía al respecto, cuando en su “De re pública”, 1.17, decía: “El nombre de hombre solo conviene a quien ha ganado los conocimientos que capacitan para ser tal”. Pues eso, que cada uno de nosotros tome buena nota y que sean los imbéciles quienes piensen que somos idiotas.
Manuel Agustín Poisón Almagro