Consejo de amigo

Lo peor es luchar contra uno mismo”, escribía el maestro de la novela negra Raymond Chandler. La mayoría de nosotros preferimos, al mirarnos al espejo, reconocernos en la imagen que proyectamos, aunque no siempre es fácil. Una mirada atenta nos arroja las diferencias entre lo que somos  y lo que pretendemos ser. Obviamente el matiz se halla en esa negociación íntima —la sinceridad de quien no puede autoengañarse más— entre lo que queremos ser y lo que somos. Se trata de matices del yo: cualquier mapa secreto nos lleva a un lugar secreto, y no hay destino escrito, ni oculto, más allá del que describimos con nuestro propio relato.

    21 oct 2015 / 10:01 H.

    La construcción  del personaje, según Stanislavski. Por eso nuestra imagen engaña muchas veces, y no se corresponde con nuestros actos tal  y como quisiéramos. Hace poco un amigo borracho al que pedía consejos me respondió con esta frase romántica y absoluta, pasional y certera como un dardo que se clava en el pecho: “El destino del hombre no es el lenguaje sino las emociones”. Me sorprendió. La apunté y, desde luego, pensé que me serviría. Es mucho más sano dominar las emociones que el lenguaje, qué duda cabe. El miedo o la culpa, reconocer y asumir los errores, no es un buen trago, pero las catarsis son necesarias para mejorar. Un paso hacia adelante nos reconcilia con el pasado, nadie puede postergar la tranquilidad. Esperar y desesperar, porque el pasado anda por ahí merodeando, recordándonos lo que hemos decidido ser o no ser. El lenguaje se encarga de canalizar esa corriente emocional. Mientras tanto yo aguardo esas palabras talentosas con infinita paciencia, para que se pongan cara a cara frente a las emociones, desnudando esa imagen que por fin se   corresponda con lo que queremos ser. A veces un bolero —clásico y antiguo— lo resume todo, de esos que siguen diciendo un buen puñado de verdades al corazón, aunque hayan pasado años y modas. Nobleza  obliga. Y hay que ser valiente frente a lo que nos falta y aún no ha concluido. Pero  para eso —antes que nada y sobre todas las cosas— debemos perdonarnos a nosotros mismos.
    Juan Carlos Abril