Condenados a entenderse
Quienes investigan la percepción multisensorial explican cómo la información proveniente de cada uno de los sentidos interactúa en el cerebro para obtener un conocimiento coherente del entorno que nos rodea.
Hagan un ejercicio: Pongan un pie en la calle, luego otro. Escuchen sus propias pisadas. Adviertan como a cada paso, la hebilla de su zapato nuevo se clava con más rigor de la cuenta en su empeine desnudo. Levanten la mirada; el color del cielo anticipa un mediodía abrasador pero todavía resopla el fresco de la mañana en sus caras. Cautívense con el grito huérfano de una cría de gorrión que aguarda la comida. Huelan el aroma característico del café recién hecho y del pan ligeramente tostado que sale de ese bar. Aspiren levemente el dulzor añejo del perfume que impregna la blusa de la señora que se sienta a su lado en el autobús. Descubran la mirada perfecta del niño que se cruza en el carricoche que traquetea por la acera. Y deténganse en el roce del dedo índice en busca de un leve picor de sus barbillas.
Esa es la vida real, la que palpa lo diario, lo esperado, lo inevitable, lo temido. Su bella complejidad puede hacerles sentir abrumados, afligidos, alegres o iracundos, pero muy pocas veces los abofeteará o los herirá como cuando los sentidos son dominados por el lenguaje del fanatismo, por el lema de la perpetuación del odio, por la guerra. Ahora hagan el mismo ejercicio de poner un pie en la calle pero imagínense que han pasado una noche escuchando las detonaciones y los silbidos de las bombas. Que han visto cómo un familiar ha sido alcanzado por la metralla. Una noche comprimida por los alaridos y por el desgarro de las madres acunando los cuerpos de sus hijos muertos. Entonces, sus sentidos íntimamente conectados entre sí les ocultarán la percepción de lo cotidiano para reivindicarles que ustedes viven encadenados al ojo por ojo, al pánico y a la ocupación de personas que ni siquiera tienen en agenda: el cese del fuego. Personas que les niegan la tierra, la esperanza, el futuro. Personas, sin embargo, con su misma estructura molecular y emociones. Y que además, están condenadas a entenderse con ustedes.