CONCHI SÁNCHEZ MOCHALES: "El maestro no sólo enseña, se implica en la educación"

Juana Pastor
Me recibe en una confortable sala de estar. La acompañan su hermana Pepa, funcionaria de la Universidad de Jaén, y sus padres, José y Concepción, por y para los que viven. La avala una gran experiencia como profesora, pues han sido muchos años de profesión y, aunque ya jubilada, no renuncia a seguir cultivando lo que son sus grandes pasiones: conservar los amigos, viajar, lo que fue uno de sus primeros objetivos —pasar por la Universidad— y buscar nuevas experiencias, quiere andar otros caminos. Sus inquietudes culturales son grandes y hablar con ella es gratificante. Nació en Alcaudete, aunque con tan sólo 4 años llegó con su familia a Jaén.

    07 mar 2010 / 11:22 H.

    —¿Recuerda su primer colegio?
    —Sí, fue el Colegio Santo Rostro (hoy desaparecido) que estaba ubicado junto a la Plaza Troyano Salaverry. Allí aprendí mis primeras letras. Unos años más tarde, pasé al Colegio de “San Vicente de Paúl” (Amiga de Piedra). Recuerdo mis años de infancia con gran afecto, era otro tiempo en el que los niños disfrutábamos de los juegos en la calle con los amigos. Más tarde, estudié Bachillerato en el Instituto “Virgen del Carmen Femenino”, en la calle Compañía, que ocupaba el edificio del actual Conservatorio de Música.
    —Finalizada esta etapa, ¿cuáles eran sus aspiraciones?
    —Mi ilusión era ir a la Universidad para estudiar una carrera de ciencias. Cuando terminé el Bachiller Superior, mis padres no creyeron conveniente que me marchara a Granada y me matricularon en la Escuela Normal de Magisterio. Es así como llegué a esta profesión, que yo no había elegido, y en la que, sin embargo, me he sentido totalmente realizada.
    —¿Con que término se siente más identificada: como maestra o profesora?
    —Me gusta más que me llamen maestra. En primer lugar, porque he impartido docencia en la primera enseñanza y, en segundo lugar, porque considero que el maestro no sólo enseña los conocimientos de las diferentes materias, sino que se implica en la educación y en las actitudes que el niño adoptará en su futuro.
    —¿Cuántos años trabajó como maestra?
    —Treinta y cinco años. Mis escuelas estuvieron en Torres, Torredelcampo y en la capital. De todos estos centros por los que pasé guardo imborrables recuerdos. Tuve la oportunidad de conocer a mucha gente y todo ello colabora a un mayor enriquecimiento como persona, especialmente el trato con los niños.
    —En tantos años de profesión encontraría muchas dificultades o, por el contrario, ¿fue un camino fácil?
    —Siempre, en el día a día, encuentras algunas dificultades, pero si hago un cómputo global, puedo decir que ha sido bastante fácil. Por los colegios que estuve encontré gente dispuesta a ayudarme y que, además, me dieron su amistad. En mi paso por Torres, que fueron mis comienzos y, por lo tanto, lo más complicado, recuerdo el gran apoyo y cariño de Cristobalina y Antonio, compañeros y amigos entrañables.
    —¿Cómo fue, en su caso, la relación entre maestra y alumnado?
    —Pienso que fue bastante buena, ya que traté de que entre mis alumnos y yo hubiese confianza y cercanía, sin perder el respeto mutuo, algo esencial, lo que hizo que ante los problemas que se pudieran plantear se encontraran soluciones satisfactorias para ambas partes implicadas.
    —En la actualidad, ¿prima el respeto de los alumnos hacia los profesores?
    —De esto se habla mucho desde hace unos años. Quizás en las enseñanzas medias, con adolescentes, sea diferente, pero en el ámbito en el que yo me he movido, el respeto a los profesores se mantiene, aunque siempre existan excepciones.
    —Defíname las cualidades para ser un buen enseñante.
    —Yo diría que, principalmente, dos. Primero, saber dirigir el grupo. Hacerlo como servicio a los demás, atendiendo las legítimas necesidades de los alumnos, ayudándoles a cumplir sus aspiraciones y aprovechando sus capacidades al máximo. En segundo lugar, pienso que es esencial ser un buen comunicador. Comunicarse con el alumno de una manera sencilla y clara, tanto en las enseñanzas que se imparten para que los conocimientos sean adquiridos con más facilidad, como en las cuestiones que se plantean en la clase.
    —¿Aprecia inquietudes culturales en los jóvenes de hoy en día?
    —Indudablemente sí. Los jóvenes están siempre abiertos a todo tipo de evento cultural, sólo hay que contagiarles el entusiasmo por lo que planteemos para despertar su interés. Yo he comprobado que en los viajes, conciertos, visitas a museos y en el cine han disfrutado muchísimo y se han interesado enormemente. 
    —Ahora que ya está jubilada, ¿qué actividades siguen ocupándola a diario?
    —Suelo hacer ejercicio y la lectura me apasiona. Por las tardes acudo a las clases de la Universidad para Mayores.
    —Hacer ejercicio, pasear, viajar y escuchar música, ¿con qué se queda?
    —Sería difícil elegir entre alguna de todas estas aficiones. Viajar ha sido para mí una de mis actividades preferidas, pero me encanta pasear con amigas y charlar un rato, oír la radio. No sabría con qué me quedaría, todo es compatible y yo diría que necesario. Es preciso estar al día y conocer la actualidad de primera mano para poder tener una opinión de todo cuanto acontece a nuestro alrededor.
    —El día 8 de marzo se celebra el Día de la Mujer Trabajadora. ¿Qué significado tiene para usted esta fecha?
    —Los tiempos van cambiando y la sociedad, cada vez más, se da cuenta del papel que tiene la mujer en este mundo. Todos conocemos su trabajo en todos los campos: literatura, medicina, investigación y política, entre otras, y no quiero olvidar el trabajo que desempeña la mujer ama de casa, que es importantísimo dentro de cada familia. De ella dependen el cuidado de los hijos y del marido, a veces de los abuelos y de la casa y, sin embargo, su sentido maternal hace que todo sea natural y sencillo. Creo que cada mujer tiene una tarea fascinante y ella puede ayudar a recrear esta sociedad y convertir el mundo en otro mejor.
    —Como decía, es una gran aficionada a la lectura. ¿Qué libro está leyendo ahora?
    —“El tiempo entre costuras”, de la escritora María Dueñas. Es una novela muy atractiva, que te engancha porque tiene una prosa ágil y te describe hechos y lugares curiosos. Es la historia de una joven modista, llamada Sira Quiroga, que abandona el Madrid convulso de los meses previos al alzamiento arrastrada por el amor hacia un hombre a quien apenas conoce, con el que se instala en Tánger.