Con sus propios ojos

Los datos del paro del mes de marzo ponen de manifiesto la distinta vara de medir del Gobierno cuando se trata de alabar las bondades de su reforma laboral y de denostar los informes de Cáritas sobre la pobreza infantil. Que el Gobierno muestre su algarabía y el resto de agentes sociales su dolor, reflejan la particular manera con que vemos y creemos las personas, o sea, la eterna dicotomía que origina el enfoque subjetivo de la realidad. La verdad se adapta a las propias conveniencias según se esté o no gobernando. Cualquier político puede ser la persona más agonías del mundo y transformarse en el tipo más ilusionado de un día para otro, con absoluta ligereza, aparentar que se cree lo que dice y lo que es peor, acabar creyéndoselo. Los espiritistas y los videntes existen en el convencimiento de que lo que creemos y lo que dejamos de creer determina nuestra vida, porque lo que no entra en el ámbito de nuestras creencias a la postre deja de existir. Lo verdaderamente peligroso es cuando uno se cree la mentira que cuenta, cuando ha seguido a pie juntillas el consejo del guía espiritual y se ha esforzado en darle forma real a lo ficticio, hasta el punto de verlo delante de sus ojos con una claridad que asusta. En ese mismo instante nace un visionario que es un ser, como todo el mundo sabe, bastante peligroso. De todas formas no hay que preocuparse demasiado, porque a fin de cuentas todos sabemos que en la vida siempre estamos jugando a hacer creer a los demás que creemos en lo que decimos, cuando en el fondo la realidad que se manifiesta ante nuestros ojos nos vuelve bastante incrédulos. En lo más profundo de cada uno de nosotros hay un gran escéptico. Ese escepticismo siempre resulta sano y es muy recomendable para una sociedad como la nuestra. Lo de la fe está muy bien para otras cuestiones, pero para la vida diaria a todos nos vendría de perlas una buena dosis de nihilismo, hacerle caso más a la percepción que a la creencia, encaminar nuestros pasos por el lado de la luz. Nos evitaríamos con ello tanto visionario, tanto iluminado, tanto dogmatismo ciego. Ya lo dijo Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”

Luis Foronda es funcionario

    03 abr 2014 / 22:00 H.