Con la pistola sobre la mesa
Ramón A. Mesa Quílez desde Jaén. Hace apenas año y medio, en plena precampaña electoral de las últimas elecciones generales, ETA anunciaba el 'cese definitivo de su actividad armada'. Los portavoces de los principales partidos políticos, y candidatos entonces a la presidencia del Gobierno, se aventuraron a celebrar lo que ellos llamaron el fin de ETA.
El ahora presidente, Rajoy, afirmó que nadie podía no alegrarse ante el fin de ETA, mientras que su opositor, Rubalcaba, aplaudía que ya nadie tuviera que mirar hacia atrás o debajo del coche.Y es que, se quiso creer, o más bien hacer creer, que con aquel comunicado llegaba el fin de ETA. Pero bien sabían que no era así. No, mientras no entregasen las armas. No, mientras no pidiesen perdón. No, mientras no se esclareciesen todos los asesinatos, se juzgasen y cumpliesen con sus penas. Todos los partidos (a excepción de UPyD) bailaron al son del fin de ETA, obviando que era un fin condicionado, en el que las exigencias, paradójicamente para un Estado de Derecho, las ponían los asesinos. ‘’Dejo de matar, pero a cambio de algo’’. Y no hubo disolución, ni perdón, ni justicia. En aquel comunicado los terroristas emplazaban a los gobiernos español y francés a sentarse a negociar, eso sí, con la pistola sobre la mesa. Pero aquel comunicado no era más que una estratagema de los que han marcado con terror la historia reciente de nuestro país, que encontrándose derrotados policialmente, pretendían asegurar a su brazo político un mejor trato por parte del electorado. No obstante, entre tanta celebración se alzaba una voz, tantas veces callada por los medios, que alertaba de las consecuencias nefastas de creer a ETA. Una voz que representaba el valor y la verdadera lucha contra el terrorismo, la defensa y protección de las víctimas. Esa voz era la de UPyD, que sentenció que si alguien tenía que escribir un comunicado sobre el final de ETA, eran sus víctimas. Éramos los demócratas. Durante este año y medio, la coacción no ha cesado y el Gobierno de Rajoy ha asumido como propia la agenda política de “lucha contra el terrorismo” del anterior Gobierno, la misma contra la que hizo una feroz oposición; incluso llegaron a pactar una hoja de ruta para gestionar el fin de ETA, sin querer percatarse de que, entretanto, ETA tomaba asiento unos bancos más atrás en el hemiciclo y otras instituciones, fortaleciéndose políticamente, ante la pasividad de quienes podían y tenían que actuar. Tras el último comunicado de la banda, en el que se anuncian consecuencias negativas, se evidencia que el fin de ETA no fue más que otra mentira y que negociar con los asesinos fue un grave error, pues se les ha dado tiempo para colocarse en las instituciones democráticas en las que no creen y ahora amenazan con volver a cargar las armas. Nunca escondieron la pistola; siempre estuvo ahí, en la mesa de negociación, pero se prefirió no mirarla. Como bien remarcaba Gorka Maneiro, diputado de UPyD en el Parlamento Vasco, el camino de los demócratas frente a la banda terrorista debe ser el de no dialogar, no negociar, defensa del Estado de Derecho y de la legalidad vigente, incluida la ley de partidos. Ese es el camino, y cualquier otro ya no lo será solo en beneficio de los asesinos; lo será en contra de las víctimas y de la Democracia.