Con el Príncipe
Lope Morales desde Jaén. Son de esas cosas que no se olvidan nunca. El encuentro con el Príncipe entra en ese reducido grupo de acontecimientos que uno atesorará siempre en ese cofre familiar que, si la vida nos lo permite, abriremos para enseñar y contar a nuestros nietos. Así que, de entrada, me quito la montera ante nuestro delegado de curso Manuel Rodríguez Arévalo, porque a él corresponde el mérito de este encuentro.
Los tres cuartos de hora en La Zarzuela hubiesen quedado grabados en nuestra memoria para siempre de cualquier manera, porque no todos los días tiene uno la oportunidad de estar cerca de las más altas instituciones. Pero, más allá de la protocolaria escena, el que más y mejor buscaba las cercanías fue el propio Felipe. El que de verdad se arrimó fue él, cuando indagaba y desentrañaba los aspectos más humanos y sociales que aquella reunión de universitarios jiennenses podría ofrecer. Con sencillez y curiosidad preguntaba. Con interés y atención escuchaba. Y sin rehuir ningún tema, que fueron varios y diversos, (aunque tuvo que salirse de la suerte en alguno), fue ofreciéndonos una visión de España diferente a la que últimamente se viene percibiendo. De allí salimos todos, mayores o jóvenes, chicos o chicas, monárquicos o republicanos, de derechas o de izquierdas, porque de todo había, salimos todos, sin excepción, con una impresión nueva. La que sembró en nuestros españoles corazones este apuesto y elegante Príncipe con el tono y el fondo de sus palabras. Su naturalidad, su aplomo, su cercanía, sus hondos conocimientos, y la seguridad y la serenidad que transmitía dejaron en nosotros esa sana y agradable sensación que se llama confianza. Confianza en el futuro, en España y en nosotros mismos. Gracias, Alteza. Y Feliz Navidad.