Como Zorba el griego
Me enviaron en un 'e-mail', un vídeo grabado en Ottawa, en una gran avenida, donde tres músicos con cítara y bouzouki tocaban melodías griegas. Alguien llegó y les pidió que interpretaran Zorba y comenzó a bailar como un pájaro de alas abiertas, en medio de la calle.
Como el ritmo y el júbilo griego son irremediablemente contagiosos, se sumaban a la danza cada vez más personas de todas las edades y condiciones que pasaban por allí. Acabaron en un gran grupo, al mismo son y concierto. Hasta un camarero que, entre cafés y bayeta, presenciaba la imagen desde la terraza de un bar se apresuró a concluir su tarea y unirse con una ristra de platos de porcelana nívea y ruidosa, cual tradición. Cuento esto porque me alegro de ver la capacidad de ganas de vivir y ser feliz que tiene el ser humano, pero a la vez me entristece ver lo poco que la utilizamos. El Sirtaki, baile que asociamos a la película “Zorba el griego”, basada en el libro de Nikos Kazantzankis, muestra una hermosa exaltación a la vida, a la amistad, a la alegría, a la aceptación y el buen humor ante las dificultades; a un vivir la vida disfrutando y aprendiendo. Algo nos está pasando y lo miramos con una pena contenida, con esta sombría esperanza en los ojos, lo gritamos por dentro, sabiendo que es inútil. Y creo que podríamos conquistar una danza entre todos, mirándonos en este espejo de Zorba y no en la Grecia que estamos contemplando impávidos estos días y que nos está mostrando si todo sigue así, nuestro propio reflejo. “Vale la pena vivir la vida como si fuésemos a morir mañana, ¿o más bien vale vivirla como si nunca fuésemos a morir?” (Zorba el griego).
Rocío Biedma es poeta