20 ene 2009 / 23:00 H.
No podrá hacer frente Barack Obama a todas las expectativas generadas no sólo en Estados Unidos, también en medio mundo, pero solamente con la ilusión contagiosa que su llegada a la Casa Blanca ha provocado supone un cambio importantísimo para la política en Occidente. Con la marcha de George W. Bush, que ha sido calificado por los propios estadounidenses como el peor presidente de la historia, el mundo amanece hoy distinto y la clave se llama Obama. Ayer se vivió un día histórico, por primera vez tomaba posesión de su cargo un presidente negro, y, como en ocasiones excepcionales, el mundo se paralizaba creyendo asistir a algo único. Habrá un antes y un después y recordaremos dónde estábamos el día que Obama hizo posible realmente el “juntos podemos”, su lema de campaña. Con tal género de expectativas defraudará, no le queda otra salida al nuevo presidente de los Estados Unidos, porque es humanamente imposible atender todas las solicitudes y, también, porque algunas cuestiones estarán fuera de su alcance, aún siendo el presidente del país más poderoso del mundo. Aún así, es cierto que se abre una nueva era en la política con la llegada de Obama a la Casa Blanca; dejaremos atrás los años belicistas de Bush hijo y Bush padre y otra forma de concebir el mundo y sus relaciones ha de implantarse, lo cual es una alegría y un alivio. Frente al terrorismo y la masacre integrista sólo cabe determinación y firmeza política, pero también es necesario sembrar otros vientos no de confrontación y aislamiento para que a la larga no se conviertan en tempestades, como ha ocurrido en algunas ocasiones. El mundo está ahora pendiente de la crisis mundial y de las guerras, con especial hincapié todos mirando al genocidio consentido de Gaza, y a Obama corresponde dar los primeros pasos para que lo que hoy es pesimismo en la condición humana se convierta radicalmente en optimismo.