COMEDOR SOCIAL BELÉN Y SAN ROQUE.- Un trabajo silencioso por los más desfavorecidos
Inmaculada Espinilla
Avenida de Madrid. Pasan pocos minutos de las siete de la tarde. Una mujer camina apresurada y cargada de bolsas. Un hombre, por su parte, enciende un cigarrillo. Cientos de transeúntes pasan ajenos a lo que ocurre. Justo enfrente de la Estación de Autobuses hay un gran portalón verde de hierro. Unas cuantas personas parecen esperar allí. No hablan entre ellas. Simplemente, están quietas. Son de diferentes nacionalidades y su aspecto no refleja dejadez alguna, sino necesidad. De repente, alguien abre esa puerta verde. Y todos los que esperaban entran. Es la hora de servir la cena en el Comedor de Belén y San Roque, dependiente de Cáritas de esa parroquia jiennense.
Avenida de Madrid. Pasan pocos minutos de las siete de la tarde. Una mujer camina apresurada y cargada de bolsas. Un hombre, por su parte, enciende un cigarrillo. Cientos de transeúntes pasan ajenos a lo que ocurre. Justo enfrente de la Estación de Autobuses hay un gran portalón verde de hierro. Unas cuantas personas parecen esperar allí. No hablan entre ellas. Simplemente, están quietas. Son de diferentes nacionalidades y su aspecto no refleja dejadez alguna, sino necesidad. De repente, alguien abre esa puerta verde. Y todos los que esperaban entran. Es la hora de servir la cena en el Comedor de Belén y San Roque, dependiente de Cáritas de esa parroquia jiennense.
Muchos, a esa hora, suben y bajan la Avenida de Madrid y hay quien no repara en lo que sucede. Detrás de ese portalón verde hay mucho movimiento. Sí, aunque se abra alrededor de las siete de la tarde. A partir de las cinco comienzan a llegar los primeros voluntarios. Lo hacen con alegría. No importa que haga frío o calor, que llueva o que estén cansados. Es el momento de empezar a preparar las comidas para que todo esté a punto. Hoy toca macarrones y, en una sola tarde, se pueden emplear más de ocho o diez kilos. A esto se añaden los zumos, la leche con cacao, la fruta, el pan y el postre. Mientras se desarrolla esta labor, los voluntarios —el equipo lo componen unas cincuenta personas, aunque no todas acuden cada día— charlan entre sí, se cuentan las últimas novedades. Trabajan sin pausa, contentos y satisfechos de la labor que hacen. Su carácter revela una entrega y generosidad alejadas de los protagonismos. No se sienten importantes, más bien todo lo contrario, agradecidos de poder ayudar. A cualquiera que se le pregunte, siempre responderá que recibe mucho más de lo que da.
El Comedor de Belén y San Roque comenzó su andadura el 1 de junio de 2009, con el objetivo de dar de comer a aquellos que pasan hambre. Sin embargo, la semilla se puso mucho antes. El antiguo párroco de la iglesia José Casañas entregaba a todo el que se lo pidiese una lata de sardinas y cincuenta céntimos para comprar una barra de pan. Hasta allí llegaban inmigrantes y personas sin hogar con la tranquilidad del que sabe que no se acostará con el estómago vacío.
Fue con la llegada del sacerdote Juan Herrera cuando se estudió la posibilidad de mejorar el servicio. Lo primero que se hizo fue enviar a un grupo de comisionados de Cáritas a conocer experiencias paralelas. En Granada existía un comedor que servía entre doscientas y doscientas cincuenta comidas al día. Este ejemplo se podía trasladar a Jaén. Y echó a andar. Aquí el objetivo era que los usuarios no se llevaran la comida, sino que pudieran disfrutar de algo de tranquilidad. Al mismo tiempo se vio si se podía establecer algún tipo de diálogo con las personas que entrasen. En sus orígenes no habría más de quince voluntarios, aunque, a estas alturas, superan el medio centenar.
Así se inauguró el Comedor de Belén y San Roque, un lugar en el que, en solo tres años, se han servido alrededor de setenta mil cenas. En sus comienzos solo había una habitación pequeña y la cocina se encontraba en una planta superior. En aquella época lo que se daba eran bocadillos. Pero llegó el mes de noviembre —se alcanzaron picos de asistencia de más de cien personas y hubo largas colas en la puerta— y, con él, el frío y la lluvia. Entonces se planteó preparar sopas calientes.
Casi un año después, el Comedor de Belén y San Roque se sometió a su primera ampliación. Se hizo una obra, se compró un frigorífico y se instaló la cocina. A finales de 2011 se adquirió la cámara frigorífica, y el año pasado estrenaron el almacén. Gran parte de los alimentos que se cocinan procede de las donaciones de jiennenses y aunque, por ahora, se autoabastecen, saben que cuentan con el apoyo absoluto y total de Cáritas. En cuanto al perfil de los usuarios, ha variado en los últimos años. Aunque, tradicionalmente, se corresponde con el de extranjeros, desde el año pasado empieza a llegar el colectivo español. De hecho, un 70%, aproximadamente, sería el porcentaje de inmigrantes, y el resto del país. Incluso en meses recientes se han presentado al comedor familias enteras, “desde la abuela hasta bebés”.
El local está abierto de lunes a sábado. Los únicos días que no opera, además del domingo, son Nochebuena, Nochevieja, Jueves y Viernes Santo —se les entregan a los usuarios unas bolsas con bocadillos, zumo y fruta— y todo el mes de agosto. Aun así, en la actualidad se contempla la posibilidad de mantenerlo abierto el verano entero, ya que los voluntarios no quieren cerrar.
En definitiva, durante todo este tiempo el Comedor de Belén y San Roque ha realizado su trabajo de forma callada, sin quererse darse publicidad, pero las buenas noticias vuelan y, en algo más de tres años, se ha ganado el apoyo y la simpatía de los jiennenses.
JUAN HERRERA AMEZCUA "La fe nos conduce a compartir con los demás"
Inmaculada EspinillaLlegó a la iglesia de Belén y San Roque el 11 de septiembre de 2008. Su función era la de párroco, pero se embarcó en un proyecto mucho mayor. Puso a funcionar el comedor de la parroquia de la que heredó el nombre.
—¿Qué supone para usted el Comedor de Belén y San Roque?
—En primer lugar, es una expresión de algo en lo que uno cree mucho. La fe nos tiene que llevar a compartir con los demás, con los pobres y necesitados. De todos modos, lo único que yo hice fue continuar una labor que la parroquia desarrollaba hace muchos años. A todo el que venía, se le entregaba una lata de sardinas y 50 céntimos para comprar pan. Nosotros pensamos que se podía hacer más.
—¿Cuál es la filosofía del comedor?
—No solo se trata de dar de comer al que lo necesita, nuestro objetivo era también que comiesen sentados, que pasasen un rato tranquilos.
—¿Considera que la sociedad de Jaén es solidaria?
—No soy yo quien lo deba juzgar. Pero lo cierto es que hemos recibido mucha ayuda, desde niños que rompen su hucha, a personas adultas, empresas e instituciones. Hay quien piensa que en Jaén somos solidarios en situaciones puntuales, pero aquí la gente se vuelca todos los días. Yo creo que es porque Jaén se lo ha tomado como si fuera su comedor. Por otro lado, a las gente le llaman más los pobres que dar dinero en la cesta de la parroquia.
—¿Considera que el Comedor de Belén y San Roque es una institución solidaria que debería perpetuarse en el tiempo?
—Lo primero de todo es dar las gracias por todo el apoyo que recibimos porque nos da la oportunidad de ayudar a los demás. Pero, por otro lado, a veces, pienso que me gustaría que desapareciese para siempre. Eso significaría que no habría tanta injusticia, desigualdad y hambre.
—¿Qué cree que es lo que mueve a las personas para hacerse voluntario y acudir cada tarde?
—Depende de cada persona. Algunos son creyentes y a otros, en cambio, les mueve la solidaridad. A los dos les une la voluntad de servir. Y, al final, eso es lo que cuenta. Aquí no se plantea si uno es creyente o no. Cuando alguien me pregunta si se puede unir a nosotros o qué tiene que hacer, mi respuesta es siempre la misma: Ven cuando quieras.
—¿No sintió vértigo cuando decidió que iba a poner en marcha el Comedor de Belén y San Roque?
—En absoluto. Empezamos cinco o seis personas y lo que pensamos era que esto era una obra buena en la que Dios ayuda. Teníamos toda la confianza en que podría funcionar. Aquí somos todos personas anónimas que servimos a los demás.