Cigarrillos de colores

Cansado de hacer todos los días lo mismo, Eduardo se propuso realizar, de cuando en cuando, algo nuevo y diferente, que no lo sumiera en la cruda y devastadora rutina diaria.
En su afán por hacer algo distinto a lo habitual, decidió una mañana ir al quiosco de prensa y comprar una cajetilla de cigarrillos. Hasta ahí, podría parecer que no hay nada fuera de lo común, aún a pesar de que él no fumaba, pero no era así.

    20 nov 2015 / 11:23 H.


    Salió de casa, y se encaminó a un quiosco donde no lo conocían, y dando los buenos días, preguntó al quiosquero: “Por favor, señor ¿tiene usted cigarrillos de colores?”. Sorprendido el dependiente por lo insólito de aquella pregunta, le contestó que no, y Eduardo, pidiéndole disculpas, se marchó.
    Al día siguiente, hizo exactamente lo mismo, se dirigió al quiosco de prensa y volvió a preguntar: “Por favor, señor ¿tiene usted cigarrillos de colores?”. El quiosquero, reconociendo al muchacho, y más sorprendido aún que el día anterior, con cierto nerviosismo volvió a contestar a Eduardo que no, y éste, pidiendo nuevamente disculpas, abrió la puerta y se marchó.
    Pero, Eduardo, dispuesto a sacar de sus casillas al quiosquero, a la mañana siguiente volvió a entrar al mismo lugar preguntando lo mismo: “Por favor, señor ¿tiene usted cigarrillos de colores?”. El hombre, mordiéndose la lengua, para que ésta no soltara ningún disparate, mucho más nervioso que días atrás, volvió a decirle que no, y Eduardo, como ya era habitual, pidió disculpas y se marchó.
    El quiosquero, ya sospechando que al día siguiente volvería a entrar y preguntar lo mismo, decidió esa misma noche acabar con aquella aparente broma que le sacaba de sus casillas, y cogiendo una cajetilla de cigarrillos de cada marca los pintó de diferentes colores.
    A la mañana siguiente, como ya sospechaba y temía el quiosquero, Eduardo volvió a hacer entrada en el establecimiento preguntándole nuevamente: “Por favor, señor ¿tiene usted cigarrillos de colores?”.
    El quiosquero, muy orgulloso, y dispuesto a terminar de una vez por todas con aquella pesadilla, le respondió: “Sí señor, dígame ¿de qué color los quiere?”.
    Y Eduardo le contestó: “¡Blancos, por favor!”.
    Agustín Ballester Herrero