Chitita 

Hay cosas que se saben luego. Y fue luego cuando le susurraron al oído, tal vez maliciosamente, que Carmela se casó con quién se casó, enamorada del hermano. Del brazo del hermano caminó hasta la iglesia. Casarse con uno por amor a otro es más frecuente de lo que se piensa.

    10 sep 2014 / 10:09 H.

    La historia se repite. Cuando el cura echaba las bendiciones, Ramiro confesó a la suegra que de quién estaba enamorado era de ella, y que se casaba con la hija por tenerla cerca. A una mente justa y rectilínea le parecerá absurdo. Pero el mundo es malvado y triunfa lo perverso. Ella se sintió mal. “¡Ah! ¡Bien! ¿Preferís, niño o niña?”. Un par de días en el hospital, y todo resuelto. “Ni hablar —replicó la madre—, se queda conmigo; que hagan las pruebas que quieran, pero aquí”. Fue al hospital. Ramiro regresó tarde. Encontró a la suegra despierta. “La felicidad de mi hija es lo que importa”. “Bien, respetemos su felicidad. La haré feliz”. Se despidió el duelo. Aquella noche no ocurrió nada, no. Pero aquella noche se echaron los espartos. Una semana después Edelmira templó las ansias contenidas de un Ramiro tercamente enamorado. La sabia Edelmira evitó el desastre. Interpretó una sinfonía tan magistral que hizo feliz a la inocente hija y mantuvo al yerno satisfecho. “¿Y qué ocurrió con Carmela?”, se pregunta el lector. A ello vamos. “Mamá, tengo trabajo. Ocúpate tú de papá”, grita Chitita. El ocúpate no era precisamente para hoy, sino para siempre o para casi siempre. Y mamá Carmela cumplía. Una tarde lluviosa, mamá, frente al televisor, consideró en donde había acabado. Ahora, ¡ironías de la vida!, se ocupaba del marido. Cuarenta años después. Es cierto que ahora no complacía secretamente al cuñado; pero sí asumía las resultas de una boda programada y consumada por y para él, en un loco arrebato, ciega de amor. La vida de Carmela se consumió día a día junto al marido. No por nada, simplemente por encargo de su hija. Chitita reubicó las cosas llevándolas a su sitio. La madre, para el padre. Y, de las relaciones de Carmela, de las muchas y muy intensas que hubo ¡de esas ni hablar! Punto en boca. Ni mentarlas siquiera. Claro que, para aquel entonces, ¿tenía sentido remover el pasado?

    JOSé MARíA RUIZ RELAÑO / Andújar