Chistes, inteligencia anónima
Habrá que agradecer a Javier Cercas que haya situado la invención de los chistes entre Andújar y Marmolejo. No es normal que un novelista de éxito recuerde Jaén en positivo, salvo algunos de la casa, como Eslava Galán o Salvador Compán.
Había uno franquista, gordito y enteradete, que concedía naturaleza jaenera a los paletos que iban a Madrid y les trincaban los dineros de la cosecha en los burdeles de Costa Fleming, incluida la parte para pagar la posada en la calle de la Montera. El escritor ignoraba que para los entonces por él referidos hacía mucho tiempo que Jaén fue conquistada por los Reyes Católicos, y los herederos de quienes se beneficiaron con el reparto de las tierra vivían en sus casonas madrileñas, no tenían que recurrir a fondas ni desbragarse en mancebías porque contaban con queridas fijas, mientras las bendecidas por la Iglesia recibían en casa con café, pastas y rosario. No cito al burrajo porque pocos lo reconocerían, pese a que intervenía en televisión con sus represiones y prédicas. Además, el tiempo y el espacio apremian sobre ironía que Cercas inicia preguntando sobre el genio que inventa los chistes en el más absoluto anonimato para que recorran el mundo como los cuentos de Shakespeare. Recoger la respuesta completa acercaría al plagio y no siendo delincuente ni pretendiendo la gratuidad de libros y películas, la opción es el resumen: “tras años de infatigables trabajos y de viajes por todo lo largo y ancho de este mundo, hemos llegado a la conclusión inapelable de que quienes inventan los chistes son tres anónimos parados jiennenses que frecuentan a diario un bar de carretera cercano a la localidad de Marmolejo y que, fritos de aburrimiento frente a sus interminables botellines de cerveza, inventan para pasar el rato historias que los camioneros que recalan en el local escuchan pasmados y luego difunden a los cuatro vientos por todo el planeta”. El texto invita a varias reflexiones. El paro aburre, y como el peor trabajo es buscarlo, Durán i Lleida está equivocado, aunque haya subido en votos con sus tesis homófobas y cierta xenofobia. Otra, que en Jaén no dejaron huella los fenicios, porque tampoco se comercializan los chistes. Las siguientes, que Jaén tiene talentos y olivos sin que se reconozcan algunos de los paisajes más bellos de España. Los chistes como las fiestas son necesarios, si no estaríamos todos enfermos, pero crearlos es un privilegio de artista. Evaristo Acevedo vino a decir en “Pueblo” que la buena pluma se demuestra escribiendo telegramas, y los chistes breves cuentan historias de novelas cervantinas y películas de Wilder. Sobre las fiestas, Domínguez Ortiz advierte que no existe ningún lugar en el mundo que carezca de ellas, pero en una sacristía para la Regenta será difícil que lo comprenda Durán i Lleida.
J. J. Fernández Trevijano es periodista