Chávez, muerto y no enterrado
Muerto Chávez no se acabó el chavismo. La liturgia del poder, como en Roma con el Papa, genera beneficios y requiere aprovechar los tiempos. Planos cinematográficos para dejar claro al vulgo la altura de los personajes, su púrpura, la importancia histórica del momento. Las ideologías requieren de estos momentos estelares para afianzar posiciones, para sentar al espectador en el mullido sofá. Aunque, en ambos casos, la importancia radica en los hechos, no en las diatribas de “Aló, presidente” o en las encíclicas papales de excelsa caligrafía.
Por sus obras los conoceréis y punto. El comandante Chávez —fallido golpista y superviviente de otro— apuntaló su poder con un indudable carisma y unas necesarias políticas sociales, apoyadas en programas alimentarios, educativos y solidarios. Los pobres de un estado rico se convirtieron en ciudadanos. Todo un logro. Una agradecida mayoría de población lo avaló así elección tras elección. Ese es su mejor legado. El cómo es otro asunto. Eso de todo por el pueblo, pero sin el pueblo, nos suena, aunque con voz menos marcial y más pantanos. Chávez era un demócrata con uniforme de caudillo y viceversa. La destrucción de los opositores, dentro y fuera del chavismo, la militarización de la vida pública y la falta de libertad de prensa deberían tenerse en cuenta a este lado del Atlántico a la hora de abrazar la fe. Salvo que la fe sea ciega. Que el designado sucesor tenga que dar los pasos con un ojo puesto en el ejército no invita al optimismo. La transición venezolana deberá remarcar su discurso dentro de la senda democrática, modernizar las estructuras de un país que, a pesar de los petrodólares, tiene un tejido industrial débil y unas cotas de miseria aún altísimas. El sueño de la unión bolivariana latinoamericana puede esperar mientras el país se reconcilia y cura sus heridas internas. Salvando algunas distancias, Maduro haría bien en leer la estupenda “La tumba de Lenin” del periodista David Remnick y comprobaría que cualquier régimen huele a podrido por muy embalsamado que esté.
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