Chapó por el SAS

Afortunadamente no me he visto obligado a ser usuario de los servicios sanitarios prácticamente nunca. A lo largo de mi vida adulta han pasado años y años sin tener que ir al médico ni estar de baja laboral. Es verdad que en mi entorno, como en el de casi todos nosotros, tengo familiares y amigos que, por desgracia, padecen problemas de salud de distinta índole, por lo que me es suficientemente conocido el sistema público andaluz, el SAS, al que he valorado y valoro como algo esencial en nuestra calidad de vida.

    29 jun 2012 / 15:48 H.

    Pero si antes esa percepción lo era por el conocimiento indirecto, ahora, que he sido atendido personalmente por una dolencia, mi convicción es mayor, si cabe, del lujo que supone un servicio público rápido, de calidad, eficaz y con una profesionalidad impecable. A ello tengo que unir el trato personal que, desde el centro de salud, en este caso el Federico del Castillo, hasta el Centro de Diagnóstico y el Hospital Ciudad de Jaén he ido recibiendo. Y aquí entran todos los profesionales, desde los celadores hasta el especialista, pasando por enfermeras, servicio de información, médico de familia, etcétera. A veces, en este pequeño periplo me han molestado sobremanera algunas actitudes de otros usuarios, despotricando por un retraso de cinco minutos sobre la hora prefijada o manteniendo actitudes de desprecio y hasta despóticas hacia el personal y el sistema en su conjunto. Muchas de esas personas seguro que se amilanan y tragan a diario con carros y carretas, pero ¡ah! contra lo público la veda está abierta. Como si la asistencia sanitaria —o la educación— fuera un derecho inherente a nuestra condición, que siempre estuvo, está y perdurará por los siglos de los siglos. Qué tremenda equivocación. Tengo edad para acordarme de “las igualas” que eran la forma de obtener atención del médico en el pueblo, a veces mediante el pago en especie: un pollo, verduras, cuando no se disponía de dinero en efectivo. Tengo edad para recordar la obsesión de mis abuelos y de mis padres por tener siempre un fondo, una reserva “por si nos ponemos malos”. Tengo edad para recordar qué pocos estudiábamos en los pueblos hace treinta y tantos años y para recordar a los viejos, reviejos con apenas cincuenta años, maltratados por el trabajo de sol a sol, la mala alimentación y las enfermedades, por la vida, al fin, por la mala vida.  Muchos recordamos aquello, otros lo han olvidado y todos, en general, hemos hecho muy poca pedagogía para que se valore por los más jóvenes. Asistimos al regreso al pasado, quemando el incienso del esfuerzo de tantos, en el altar de los mercados. Pronto, muy pronto, nos daremos cuenta de que, lo que dábamos por seguro e imperecedero, formará parte de nuestros recuerdos. Nuestros mayores presienten y observan, acongojados, lo que está por venir.

    Paco Zamora es empresario