Cese de Carmen Peláez y Luis Unión, sacristanes desde 1981 en la parroquia de Navas de San Juan

 Después de unos días en Málaga en compañía de nuestros hijos volvíamos al pueblo el primer día del presente mes de septiembre. Y una de las noticias con las que nos encontramos a la llegada ha sido la referida al cese de Carmen Peláez y de su marido, Luis Unión, como sacristanes de la parroquia de San Juan Bautista, aunque este último, en realidad, como consorte de Carmen, ya que a pesar de echar más horas que un reloj en la iglesia en los trabajos más variados sin retribución alguna, oficialmente era su mujer la que ejercía el cargo desde el año 1981, es decir, desde hace más de treinta años. La gente que tiene algún trabajo profesional sabe que, llegado el momento, cesará en su actividad laboral.

    17 sep 2012 / 15:41 H.

    Desde los últimos días de agosto pasado, la parroquia de San Juan Bautista seguirá su curso sin la habitual dedicación hasta ahora de Carmen y Luis en su servicio diario. Es probable que nunca trasciendan los entresijos de la escena, habida sin testigos, entre el párroco de San Juan Bautista, don Bartolomé Martínez, y Carmen, la sacristana, así llamada desde hace más de treinta años, después de la cual Carmen decidió entregar las llaves de la iglesia a Luis, su marido, para que este se las entregara al párroco. Ellos, Carmen y Luis, nacieron, se criaron y malvivieron en el barrio de San Gregorio, aquel que desde los tiempos antiguos de la guerra en África recibió el nombre de “kábila” como sinónimo de marginalidad, porque quedaba al otro lado de la valla de la carretera de Villacarrillo hacia el cerro de San Gregorio. Ahora, desde los últimos días del mes de agosto, Carmen y Luis han vuelto a “su” calle, la calle del Sol, en donde vivían cuando un cura joven, que le dio por vivir en aquel barrio durante un tiempo y desarrollar parte de su actividad pastoral entre sus gentes humildes, de nombre José Luis Cejudo por más señas, allá por el principio de la década de los ochenta del siglo pasado “fichó” a Carmen para sacristana de la parroquia. Desde entonces, Carmen y Luis o Luis y Carmen —porque el marido empezó a compartir el cargo como si de un bien ganancial del matrimonio se tratara—, empezaron a tratar a gentes a las que hablaban de usted aunque fueran más jóvenes que ellos porque esa era una norma de buena educación en la que se habían criado. Así han transcurrido más de treinta años con un profundo sentido de servicio a la parroquia hasta el punto de que sus jornadas comenzaban muy temprano y finalizaban muchas veces a altas horas de la noche. Todos hemos visto a Carmen y a Luis, cuando el culto ya había terminado, sentados durante largo tiempo en los bancos de la iglesia en las frías mañanas y tardes del invierno esperando que llegara la hora de cerrar la iglesia para subirse a su casa. Y hemos visto a primeras horas de la mañana a Luis abriendo las puertas de la iglesia y pasándole el fregón al suelo de mármol por entre los bancos de madera alineados. Parecía como si Carmen y Luis acabarían sus años en esta ambiente de servicio. Y hete aquí que, de pronto, alguien ha pinchado aquella burbuja y Carmen y Luis o Luis y Carmen se han despertado de aquel sueño que empezó hace más de treinta años. Y tan despiertos se han quedado los dos que hasta Carmen ha perdido el sueño y las ganas de salir de su casa y “bajar al pueblo”. Porque no esperaban que aquella tarea que durante tantos años ha sido su vida se viniera abajo tan de repente y de la forma como se ha presentado. Ellos, Carmen y Luis o Luis Carmen, siempre han sido personas educadas, respetuosas, sencillas y serviciales y se morirán siendo gente sana e incapaz de levantar su voz contra nadie, quizás porque siempre han llevado como parte del equipaje de su vida la conciencia de su poca importancia social impuesta por algunas personas que se consideran por encima de los demás. Desde estas líneas, querida Carmen y querido Luis, os pido que mantengáis la cabeza bien alta, porque vuestra dignidad no os la ha regalado ninguna persona por muchos o pocos cargos que ocupe; vuestra dignidad está avalada por vuestra honestidad durante más de treinta años. Habéis sido y seguís siendo, ahora como hace treinta y un años, personas honradas, sencillas, trabajadoras y serviciales. ¡Que disfrutéis de vuestros hijos y nietos el tiempo que en adelante Dios os regale!
    Y no olvidéis que somos muchos los que nos sentimos honrados con vuestra amistad.

    MANOLO VALENZUELA desde NAVAS DE SAN JUAN