Carmen Machi, el absurdo y una maleta
Por Nuria López Priego, desde San Sebastián
Primero, Siete vidas, y, luego, Aída. Con su ímpetu barriobajero, su humor ácido y una autenticidad netamente chabacana, la actriz Carmen Machi no sólo logró colarse en los hogares de millones de españoles, sino instalarse en ellos. Temporada tras temporada, fue la emperatriz dominical de la caja tonta. Y, ahora, fresco aún ese pasado televisivo, pretende reinar también en el orbe cinematográfico.
Aunque no fuera su primera incursión en el medio, su salto a la gran pantalla llegó el año pasado de la mano del manchego Pedro Almodóvar y Los abrazos rotos. Su interpretación, casi anecdótica, se reducía a algo más de diez minutos de metraje, pero eran lo único digno de salvar en una película deficiente y fácilmente olvidable.
Primero, Siete vidas, y, luego, Aída. Con su ímpetu barriobajero, su humor ácido y una autenticidad netamente chabacana, la actriz Carmen Machi no sólo logró colarse en los hogares de millones de españoles, sino instalarse en ellos. Temporada tras temporada, fue la emperatriz dominical de la caja tonta. Y, ahora, fresco aún ese pasado televisivo, pretende reinar también en el orbe cinematográfico.
Aunque no fuera su primera incursión en el medio, su salto a la gran pantalla llegó el año pasado de la mano del manchego Pedro Almodóvar y Los abrazos rotos. Su interpretación, casi anecdótica, se reducía a algo más de diez minutos de metraje, pero eran lo único digno de salvar en una película deficiente y fácilmente olvidable.
Ayer, acompañada del cineasta Javier Rebollo, la actriz arribó a San Sebastián pisando fuerte, con un primer papel protagonista que la sitúa en las antípodas de Aída y que la convierte en La mujer sin piano. Dama absoluta de una historia que habla, sin diálogos, de frustraciones, vacíos y de las insatisfacciones personales de una mujer que roza los cincuenta y que ha caído presa de la rutina y de una vida que la ahoga. Está casada con un hombre que no la toca; tiene un hijo que nunca la llama; un empleo —trabaja en su casa como esteticista, depilando “a mujeres obsesionadas con su cuerpo”— que no la llena, y, para colmo, un pitido constante, que no acallan ni la radio ni el televisor juntos, martillea todo el tiempo su oído y su cerebro.
Su día a día es un cúmulo de contrariedades y absurdos, una tragedia al estilo de Esperando a Godot (Samuel Beckett), que empieza en ese pitido enloquecedor y que no acaba ni cuando se decide a abandonar a su marido. Lo hace cuando él está dormido. Una peluca, unos zapatos de tacón que nunca usa y una pequeña maleta son todo lo que necesita para comenzar una nueva vida. Pero, desgraciadamente, los sueños, sueños son, y el de la protagonista sólo dura una madrugada. Desde la medianoche a las ocho de la mañana.
Sin ser lo mejor que se ha visto en el Festival, La mujer del piano es una película ambiciosa y atrevida hasta en la utilización de la música, que parece entrar a destiempo. Es una montaña rusa que lo mismo ofrece gags maravillosos que sume al espectador en el mayor de los aburrimientos. Esa es su debilidad. Javier Rebollo construye la cinta a base de silencios y mediante la división continua de planos. El problema es que su sobreexplotación y la saturación que provoca en el público es un guiño al hastío. Un mal del que debe alejarse cualquier artista.
Título: La mujer sin piano.
Director: Javier Rebollo.
Intérpretes: Carmen Machi, Pep