Caprichos de la naturaleza cubiertos por una magia real. Sierra Mágina
Texto: Diana Sánchez Perabá / Fotografías: Justi Muñoz, Agustín Muñoz, Rafael Casas, José Poyatos y Ángel del Moral
Poco después, cuando el carpintero tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas”. Por imposible que parezca, la magia que envuelve la novela de García Márquez en esos interminables años de soledad se puede hacer real. Literatura para creer en la fábula del ser humano, pero, también, naturaleza que supera las barreras de la razón para cubrirla con una aureola de misticismo pagano.

Poco después, cuando el carpintero tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas”. Por imposible que parezca, la magia que envuelve la novela de García Márquez en esos interminables años de soledad se puede hacer real. Literatura para creer en la fábula del ser humano, pero, también, naturaleza que supera las barreras de la razón para cubrirla con una aureola de misticismo pagano.
Y Mágina como paradigma de esta realidad cuasioculta que, bajo la sombra de la discreción, guarda en su interior la autenticidad de una fascinante exhibición que seduce, atrae, arraiga y hasta abruma a quien se deja llevar por la variedad paisajística en una superficie de 19.961 hectáreas. De la aridez del desierto, en el municipio de Cabra de Santo Cristo, hasta la frescura del adelfal más extenso de Europa, entre Bedmar y Albanchez de Mágina, sus contrastes son tan marcados que parecen un Macondo hecho realidad a partir de su magia. Si el esparto, seco vegetal del que ha bebido parte de la población, se expande con orgullo por el este del parque natural, los pinos carrasco, los quejigos y las encinas, propios del bosque mediterráneo, verdean el ala oeste del enorme jardín jiennense. Nada es casual, o sí. En cualquier caso, la vida que se aloja en el parque —declarado espacio natural protegido por la Ley 2/1989, de 18 de julio— sabe extraer su sabia y amoldearse a ella de manera armoniosa, a pesar de que, como ocurre en muchas ocasiones, la peor mano, la del hombre, no valore el tesoro en el que habita.
En su generosidad, la madre naturaleza de este exótico parque permite a los mortales darles el gusto de apreciar sus caprichos, por eso, sus más preciadas estampas están protagonizadas por inmensas catedrales, con el pico Mágina, el más alto de la provincia, con, 2.167 metros; el Cárceles, con 2.059; el Almadén, con 2.032, y el Sierra Mágina, con 2.014 metros. Grandiosas montañas que se imponen ante valles peinados de olivares extensos, obra humana.
Si Vivaldi se inspiró en las cuatro estaciones para crear una de sus composiciones más deliciosas, Mágina sabe sacarse partido en cada temporada para vestir sus cumbres con inmaculada nieve o para rociarse con la transparencia de sus frescas aguas que corren, libres, en idílicos parajes. Preciosistas espacios como el de Cuadros, que conduce hasta el Caño del Aguadero, en el que se halla una majestuosa cascada arropada por una abrumadora cueva. Guarida de domingueros extraviados, excursionistas o grupos de jóvenes que buscan el cobijo y la intimidad de sus piedras erosionadas por la humedad. Agua que fluye por los viaductos construidos en Fuenmayor o Hútar. De blanco, también en primavera, con los almendros en flor que endulzan los alrededores de Bedmar, así como los cerezos de Torres, pero que cambian con soltura y grácil encanto para tornar, en otoño, el verde de sus pinares en rojizos mantos que se disponen para dotar de ficción realista el entorno. Magia que invade el monumento del pinar de Cánava, el embalse de Pedro Marín o los chopos de Mata-Bejid.
Desde su corazón, Mágina se abre para regalar no solo paz al viajero, al vecino o a quien, sin proponérselo, acaba en sus entrañas. El jardín se convierte en el mejor campo abierto para descubrir los placeres del senderismo a través de un entramado de veredas que conforman una tela de araña que rodea el macizo montañoso. Rutas que conducen, por ejemplo, por el Peralejo, una ruta que muestra el uso inmemorial que los pastores han hecho de la sierra, pues el recorrido pasa junto a un abrevadero para el ganado. Y es que la convivencia con la población animal como recurso económico indica que el aceite de oliva no siempre ha primado como eje de subsistencia.El interés que despierta el turismo de naturaleza ha propiciado que cada vez más personas se animen a recorrer la sierra. Iniciativas como la de Ocio Mágina, de Huelma, que organiza hasta diez rutas de senderismo y dos en bicicleta de montaña, permiten que el parque cobre especial valor, en el que el ser humano se hace cómplice de la naturaleza, basado en el respeto y la integración. Gracias a la parte más agreste del paisaje, los más aventureros pueden acercarse a la libertad de las aves con la práctica del parapente. Para este deporte, el parque cuenta en sus inmediaciones con dos zonas de despegue, una de ellas ubicada en la cumbre del Morrón de Solera.
Para los que prefieren mantener los pies en el suelo, e incluso adentrarse en las cavidades montañosas, nada mejor que la práctica de la espeleología en alguna de las numerosas cavidades subterráneas de la sierra, como la cueva de las Baltibañas. A lo largo de sus pasadizos sorprenden bellas esculturas naturales en forma de estalactitas o estalagmitas. Las paredes casi verticales de los cortados hacen de la escalada otro de los deportes estrella. La acción está asegurada para los que prefieran camuflarse entre centenarios árboles y divertirse ente partidas de “paintball” en el paraje de Majatrences, frente al santuario de la Fuensanta.
Respirar el misterio de sus rincones es todo un desafío que atrapa a los jóvenes de los municipios de la comarca. Porque si sus abuelos se criaron en mitad de un campo virgen, las nuevas generaciones no solo lo observan con otra mirada, con otro enfoque, sino que lo respetan y valoran para realzar la dignidad de este parque. De hecho, se pueden encontrar habitantes que custodian la riqueza del parque, más allá de las patrullas oficiales, como son los guardabosques. Es el caso de Antonia Ruiz Viedma, la ermitaña de Cánava, que además de cuidar la talla de la Virgen de los Remedios, protege el entorno natural que dirige hasta huellas milenarias, como son las pinturas rupestres de la cueva de la Graja, de finales del Paleolítico y principios del Neolítico. Allí, a los pies de la Fuente de los Siete Caños, esta vecina realza la que fue inspiración del mismo Antonio Machado en su poema: “En Garcíez / hay más sed que agua; / en Jimena, más agua que sed”.
Patria para muchos, que la quieren y la sufren a diario, la relación entre el hombre y la sierra se vincula por medio de un amor tan real como mágico. Un Macondo rebosante de auténticos misterios dispuestos a ser descubiertos por algún Aureliano Buendía.
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