Cantares de gesta

La literatura épica permitió en la Edad Media que el pueblo se sintiera unido por compartir el orgullo de ser representado por un personaje mítico. El héroe había nacido en el mismo territorio que el gañán o el herrero, tenía su misma sangre, y unos valores que, por transferencia emotiva, también eran los del pueblo. 

    05 nov 2011 / 10:28 H.


    Hoy, recién comenzado el periodo electoral, asistimos a una renovación de esta literatura épica, si bien es cierto que el libro en el que la leemos presenta demasiadas manchas de óxido y abundan en él las páginas perdidas, las correcciones y las tachaduras. Pero hasta la misma palabra, campaña,  que denomina a estas semanas de exacerbación de la propaganda política, nos remiten a las hazañas legendarias. Tenemos dos fuerzas en contienda, dos caudillos, cada uno con su misión trascendente y su camino punteado de pruebas para hacerse con el santo grial de la Moncloa. Tenemos las banderas, las arengas, las masas estremecidas ante sus héroes respectivos, las huestes de militantes como entusiastas ejércitos con corbata. Y un campo de batalla tan grandioso que coincide justo con las fronteras de España; un campo de batalla digno de la magnitud de la lucha y de las esmeraldas de la corona que esperan al triunfador.

    Sin embargo, en esta campaña no habrá final melodramático, ese plus de sentimiento y de euforia por fin liberados cuando, en los versos del desenlace, el bien logra deshacerse del mal. Aquí ni san Jorge vencerá al dragón, ni el pastor hará que explote el lagarto, ni el Cid o Roldán enarbolarán las insignias de los vencidos musulmanes. Aquí todo parece tan previsible que nuestro poema épico no se escribe en verso sino en una plomiza prosa de vuelo torpe, porque aquí no contamos con nadie tan perverso como para encarnar el mal ni tampoco con alguien hecho con la deslumbrante materia del mito. Nuestros dos héroes en contienda tienen tal aire de familia que se diría que están hechos para el abrazo más que para que sus brazos se encrespen con el peso de la espada. A ambos los une, como solo une la impotencia, la certeza de que luchan por una victoria pírrica que se parecerá demasiado a una derrota.

    Ya sea Rajoy o Rubalcaba el que el día veinte conquiste la Moncloa, recordará que mucho antes de empezar la campaña ya había sido vencido y no precisamente por el otro adversario. Recordará palabras incomprensibles como crisis o Lehman Brothers, mirará los augurios que llegan de Grecia y tratará de enfrentarse a enemigos sin cuerpo con el coraje de quien quiere cazar murciélagos con las manos. Ni siquiera sabrá si gobierna o lo gobiernan. Mientras que nosotros no tendremos más remedio que poner cara de súbditos y concederle al ganador el laurel de los héroes, porque, si no, se nos arrumbaría la épica y ¿qué porquería de épica sería la nuestra, si no?       


    Salvador Compán es escritor