Blancos y con ojos azules

El ex presidente de Brasil Lula da Silva dijo en una ocasión que esta es una crisis provocada por personas, blancas y de ojos azules.  A su juicio, el shock de los últimos años deriva del fracaso de una teoría cuyas bases intelectuales eran erróneas. La fe irracional en mercados desregulados, en la jibarización del Estado, en impuestos bajos y exuberantes crecimientos especulativos basados en sofisticadas creaciones financieras, han traído estos lodos.

    13 jun 2011 / 11:01 H.

    Como han señalado Birdsall y Fukuyama en un artículo en Foreign Affairs, desde 2008 las economías emergentes han reducido su exposición a los mercados financieros internacionales gracias a una gran acumulación de reservas de divisas extranjeras y el mantenimiento de un control regulatorio sobre sus sistemas bancarios. De tal suerte, que todo el oriente asiático y Latinoamérica ha practicado con éxito una estrategia contradictoria con los principios del llamado Consenso de Washington, demostrando que su enfoque disidente ha funcionado. Las economías emergentes están cada vez menos preocupadas por el flujo global de capitales, que por una estrategia interna de superar brechas entre su población, a través de embrionarias redes de cobertura social y de industrias auxiliares que corrijan desequilibrios territoriales. Por otra parte, como ha escrito Fukuyama, mientras existen evidencias de la positiva contribución del libre comercio al crecimiento económico, no existe tal prueba de la libertad absoluta de los movimientos de capital. Otra diferencia más entre la economía real y la financiera. Una de las conclusiones más notorias de esta crisis es que liberalizaciones salvajes, sin un mínimo de regulación, conducen al desastre, mientras que sistemas que se han flexibilizado en el marco de un modelo muy regulado, con una decidida organización bancaria, han dado buenos resultados. El economista Arvind Subramanian lo ha llamado “el fetichismo de las finanzas internacionales”, esa errónea creencia basada en la idea de que el libre flujo de capitales en el mundo, como la libertad de comercio de bienes y servicios, hace más eficientes los mercados. Es posible que aún podamos aprender la lección que nos están dando esos países emergentes. Sin calculadas e intencionadas arquitecturas institucionales, la libertad económica llevada al absoluto provoca dolores de cabeza. Sin mecanismos eficaces que contribuyan a la solidaridad, los desequilibrios se convierten en amenazas. Podemos garantizar devolver la pasta a los que nos prestaron, incluso podemos apretarnos el cinturón hasta la asfixia, pero también podríamos reclamar que esa Europa que nos empuja también fuera capaz de impulsar, para todos sus territorios, una estrategia de crecimiento económico equilibrado y sostenido.  Aunque no tengamos los ojos azules.

    Gonzalo Suárez es abogado