Bárcenas y el olor a desagüe
En esta ciclogénesis corrupta que azota la Península de cabo a rabo, Bárcenas es la tormenta perfecta. El macho alfa de la manada corrupta. Es un modelo viejo y aún no erradicado de los partidos, fontaneros que se encargan del trabajo sucio o, llámenla, contabilidad B.
A veces los desagües permiten esconder las inmundicias, pero, en otras ocasiones, afloran Filesas socialistas y Neiros peperos y el ambiente se turbia, pero un rato. Lo justo para que se ventile la sala, y vuelvan a entrar a escena. A Bárcenas, aficionado al alpinismo, no le dan miedo las alturas y Suiza —ese país chocolatero y tan mentiroso como una firma de Amy Martin— le supo a gloria. Cómo no llevar los ahorros de una vida, buena vida, sin duda, a ese paraíso contable. Veintidós millones de euros, cuya procedencia son un misterio insondable de las finanzas si nos atenemos a las declaraciones públicas de actividad de cuando era senador. El pobre, en sentido lastimero, aduce que solo cabe criticarle que no haya pagado impuestos y haya evadido capitales. Y es que el evasor confeso hasta ahí tiene pensado asumir y leer... La manta, con el frío que hace, no se mueve. Menos mal que a falta de Garzón, sepultado por un alud político y judicial, todavía hay quien tira de los hilos de la trama Gürtel. En aquella “expedición” sus compañeros de cordada, entre ellos Correa, le apodaban Luis el cabrón, desconocemos el origen del epíteto, pero lo que sí es un hecho es que en ese punto su suerte cambió y descendió a los sótanos de Génova, aunque como guarda sobres marcados no está donde debiera: en la puta y fría calle. Las auditorías internas y los pactos “ad hoc” sobre corrupción son la enésima tomadura de pelo, titulares de chichinabo que enervan la paciencia ciudadana que no es ilimitada. A pie de calle se pide poco: que los honrados de cada casa saquen a empellones a los que solo labran sus cuentas corrientes, que sean transparentes en sus contrataciones las legales y aquellas “morales” que huelen a cloaca desde lejos, sean en la Fundación Ideas o en la plaza del pueblo, porque no nos gusta que trapicheen con dinero público. Sin amiguitos del alma, caiga quien caiga.