Banco bueno, banco malo
Hace unos años, Cajas de Ahorros, Cajas Rurales y Bancos convivían en el sistema financiero comprando y vendiendo dinero, contribuyendo a un crecimiento incentivado por la inversión y el consumo. Muchas familias invirtieron en aquella casita con piscina privada, salón de té y columpio en el jardín. Sólo necesitaban el visto bueno de su entidad, que se conseguía en un periquete a partir de una objetivísima valoración y un profundo análisis de la capacidad económica del deudor. La riqueza no estaba en la posesión de bienes, sino en la capacidad de crédito que tuviéramos con nuestro banco.
Todos ganaban. Los mejores locales comerciales de nuestra ciudad eran para los bancos y los mejores salarios se devengaban en los puestos de dirección de estas entidades. Las cajas de ahorros y cajas rurales, a través de su obra social, revertían su beneficio a la sociedad a través de asociaciones y fundaciones, donde igualmente se generaba empleo. Nuestro banco era el mejor socio y aliado, el banco amigo. A todo esto, y por la petición de entre otros países de Alemania, se requirió una bajada de tipos de interés que incentivara la economía aletargada tras la crisis de las tecnológicas. Aquella bajada de tipos, junto a las deducciones por inversión en vivienda, supuso, en nuestro país, arrojar gasolina al fuego. Ante la facilidad de acceso al crédito las familias se endeudaron, ya no sólo para comprar la casita de sus sueños, sino también aquel piso sin luz y con pasillo, que no gustaba, pero que seguro generaría golosas plusvalías. Un verano, desde la otra orilla del Atlántico se desató una oleada, que colapsó el sistema financiero ante la amenaza de la morosidad en las operaciones financieras. Explotó una burbuja. El resto del cuento lo conocemos, una larga resaca. Esta crisis ha provocado una profunda restructuración del sistema financiero. Las cajas de ahorros, tan implicadas con los territorios, son ahora sociedades anónimas, y lo que era obra social hoy cotiza en el ibex35. Las cajas andaluzas se subastaron a vascos y catalanes. El cierre de oficinas deja a miles de profesionales en las listas del paro y los mejores locales comerciales están en manos de comercios chinos. Aquel banco que nos trataba como amigos, ahora nos considera veinte dígitos. Los bancos, sin recursos, parecen muertos. Sin embargo no se tiran desde un quinto piso, porque el estado los rescata creando un banco malo y metiendo dinero público a espuertas, con la idea de reactivar el crédito. Pero en realidad el rescate acelerara la restructuración y las entidades han disminuido su endeudamiento a costa de mantener cerrado el grifo. Y es que, para muchos, el banco no está muerto, sigue de parranda.
Rafael Peralta es economista