Aznar, unas carcajadas que espantan
Juan José Fuente Hidalgo desde Madrid. A toda persona normal le encanta la risa espontánea de los niños. Y por eso le repele la risa forzada, servil, del pelotilla que así adula a su superior. La vuelta a la política de Aznar nos obliga a analizar la suya. Servil con Fraga que le nombró su sucesor, hasta entregarle una fecha de renuncia sin fecha; servil ante el patrono Bush, hasta el punto de contribuir por él al genocidio de Irak; servil ante el rey, Aznar les adulaba —según pudimos ver con el rey, en la tribuna del 12 de octubr— con unas carcajadas desencajadas, tronchándose también literalmente de risa, excesos que por ser públicos y representar entonces a España resultaban especialmente vergonzosos y reveladores.
El ex presidente sigue mostrando esas carcajadas que espantan, y peores aún con la edad, que cada vez reflejan más en la cara el verdadero interior de cada cual. Es la triste imagen del español del antiguo régimen, un acomplejado servidor de un caudillo y un despreciador de sus propios subordinados, que, como ya se describía entonces, era bajito, con bigote y con cara de mala leche por no darle suficientemente a la botella. Y de hecho Aznar protestó porque no le dejaran beber todo el alcohol que quisiera al conducir, como hacía acumulando multas que hacía pagar a su partido, con absoluta desprecio a las leyes, al dinero ajeno e incluso a la vida de los demás; y así educó a los de su partido, según estamos padeciendo ahora todos los españoles.