Autos de fe
Cuando algunos representantes de la justicia se meten por los boscosos territorios de la política, tienden a ponerse uniformes de camuflaje y, a veces, se los ve demorarse junto a lagos que encenagan con los desperdicios de sus acampadas. No lejos de estas ciénagas, se celebró el juicio de Camps, que fue absuelto por 5 miembros del jurado de una comunidad en la que el juzgado acababa de ser votado por la mayoría de sus conciudadanos.
La relación de votos absolutorios (5 frente a 4) calca el resultado de las últimas elecciones en aquella tierra y evidencia que los 7 votos necesarios para condenar al expresidente no eran encontrables en aquel mundo de ninots. El día en el que se decidió someter a Camps a un jurado popular valenciano, ya estaba tomando forma su absolución en términos de probabilidad estadística.
En el borde mismo de las ciénagas donde las togas se ponen el traje de camuflaje, o viceversa, se han levantado tres piras para someter a Garzón a un múltiple auto de fe. Cuando se repasan los argumentos para erigir tres piras para un solo juez, el asunto se antoja ilegible, porque la razón exige palabras trabadas por la lógica, rechaza los sofismas y no acepta que, en medio de la norma legal, se haga una excepción para juzgar a un hombre. La ley puede admitir matices, pero no excepciones porque en ese caso sería una encarnación de los intereses y de las pasiones, y nunca de la ley.
Las tres piras para Garzón parecen levantadas con premeditación y alevosía, incluso, si hablamos de la de las escuchas en la cárcel, donde las acusaciones son más verosímiles, se imponen criterios a favor de Garzón: se salvaguardaron los derechos de los defensores, había peligro cierto de convertir la cárcel en oficina de evasión de capitales, la decisión de las escuchas fue avalada por otros juristas, y existen precedentes que acabaron como mucho en simples recusaciones. En los otros dos casos, se entra en la pura irrealidad de un juez instructor que hace de acusación, de miembros del tribunal marcados por la animadversión hacia el que tienen que juzgar o de los sistemáticos rechazos de las pruebas que avalan al acusado.
Ni siquiera habría que recordar que, si admitiéramos algún tipo de excepción (que no lo hacemos) ésta sería a favor de Garzón por lo que le debe la democracia. Tampoco vamos a recordar que fue en 2009, coincidiendo con el inicio de la investigación del caso Gürtel, cuando se desencadenaron las querellas contra él. Pero es difícil olvidar que, rama a rama, las tres piras han ido creciendo, que se le puso al reo el amarillo sambenito, que lo ataron en la picota y se prendieron luego las hogueras. Sin embargo, lo que están quemando es una efigie de Garzón, porque el Garzón real está hecho con un nervio que se diría incombustible: es el nervio o la suma de nervios de los que creemos que la justicia debe de nuevo vestirse la toga y huir de los cenagales.
Salvador Compán es escritor