Atrapados en la espiral giratoria de la música
Diana Sánchez Perabá
Turn! Turn! Turn! To everything”. Al ritmo giratorio del tema de origen evangélico con el que descataron The Byrds allá por la década de los sesenta muchos fueron quienes pasaban minutos, e incluso horas, delante de un tocadiscos, que, gira que te gira, extraía en cada revolución una imagen, un deseo, una ilusión o un temor con cada acorde pinchado en el vinilo.

Turn! Turn! Turn! To everything”. Al ritmo giratorio del tema de origen evangélico con el que descataron The Byrds allá por la década de los sesenta muchos fueron quienes pasaban minutos, e incluso horas, delante de un tocadiscos, que, gira que te gira, extraía en cada revolución una imagen, un deseo, una ilusión o un temor con cada acorde pinchado en el vinilo.
Estos grandes discos con llamativas portadas que se intregaron en las vidas de los jóvenes de hace más de cinco décadas pasaron a ocupar el primer puesto de las estanterías a quedar en el fondo de los armarios u olvidados en cajas en algún rincón. La era del cassette y, más tarde, la digital con los primeros discos compactos, transformaron los vinilos en joyas. Si la música es un arte en sí misma, con el paso de los años, estos formatos elevan esta disciplina a una mutación que sobrepasa las notas musicales para hibridarse con las artes plásticas.
Ante tales tesoros se encuentran una especie de cazadores del vinilo. Amantes de los grupos que los animaron por primera vez a bailar en un guateque o a descubir la moda juvenil. Entre ellos no faltan la banda de Liverpol The Beatles que despertaron el conocido fenómeno “fan” y que tiraron de un hilo para grabar 25 álbumes de estudio que, ahora, muchos seguidores recogen para formar un ovillo a partir de los vinilos originales y sumar toda una ristra de material audiovisual. Coleccionistas de música que van más allá para rescatar auténticas piezas “deluxe”. Ediciones limitadas de países con censuras como la de la España franquista son muy valoradas por mitómanos de todo el mundo.
En Jaén estos “cazadiscos” concentran sus colecciones en piezas que conservan de su juventud, así como los que adquieren en puntos de compra-venta, como las ferias que se celebran anualmente en la capital. Incluso, hay quienes convirtieron la adquisición de los vinilos en una forma de vida, hasta el punto de crear contactos y amistades con otros coleccionistas de países como Alemania, Francia, Estados Unidos, Japón o Rusia. Porque si algo tiene la música es su universalidad en todos los planos del pentagrama. Casos que alcanzan un tope extremo cuando hay quien dedica toda la decoración de su hogar a la disposición de vinilos y curiosas portadas o todo un mundo de artículos. Ejemplo del fetichismo del coleccionista que adquiere “merchandising” para vivir rodeado de sus ídolos.
De esta forma, mientras unos se descargan lo último de su grupo favorito en su “ipod”, los nostálgicos del encanto del “Turn, turn, turn” vuelven a desempolvar sus tocadiscos, no solo para escuchar ese sonido sucio, pastoso, inquietante y, sin embargo auténtico, de un catorce pulgadas, sino que compran largas duraciones “de primera mano”. Y es que, ante la crisis del mercado de la música y su enfrentamiento ante el Goliat-internet, los nuevos músicos giran en la espiral de las modas hacia lo “retro” para grabar sus composiciones en estos formatos que se niegan a morir.
Roberto Caballero “Con 7 años me decanté por los Rolling”
Así como el mismísimo Muddy Waters atrajo, con sus “cantos rodados”, desde el Delta del Misisipi, a los Rolling Stones, el jiennense Roberto Caballero entró en el ritmo giratorio de su música, marcado por los vinilos que se solapan en las paredes de su casa. No le vendió su alma al diablo, como el blusero tocayo Robert Johnson, porque su “soul” se lo dedicó, hace tiempo, al quinteto que revolucionó a una generación sedienta de rock and roll. Y es que su piso, ubicado en una privilegiada parte de la ciudad, es un museo de la música, pero sobre todo de sus ídolos: los Rolling Stones. Adentrarse en cada una de las estancias no solo es respirar acordes, melodías, canciones, incluso pop art. Se trata de algo más personal. De sentir una pasión que Roberto Caballero transmite con solo recibir a quien lo visita. “¡¿A que es una locura?!”, exclama retóricamente cuando ve el rostro del visitante. Es fácil hacer un barrido con la mirada —mientras la boca se abre de admiración— al observar un mosaico de vinilos enmarcados con sus correspondientes portadas. Auténticas joyas de arte que el jiennense expone en el pasillo, el salón y demás cuartos. Entre los más preciados, un fotodisco del “Their Satanic Majesties Request” de los Rolling Stones, considerado como el más psicodélico de sus trabajos, en el que se incluye la colorista canción “She is like a rainbow”. Además de discos, muestra un impresionante carboncillo de Brian Jones realizado por el pintor holandés John Klinkenberg para Roberto.
Vinilos y cd se disponen ordenadamente en cada rincón, hasta en la cocina. Una vida dedicada a la adquisición de música en todos los formatos, que comenzó gracias a la influencia de sus hermanos. “En los sesenta, ellos compraban discos de los Beatles, Rolling Stones, The Animals. Con siete años ya me decanté por los Rollings”, recuerda. En concreto, fue el sonido de lata del “Paint in black” el que le robó el alma. Cuando Roberto Caballero obtuvo su primer sueldo, empezó su periplo por capitales como Londres o Madrid, donde compraba discos varias veces al año. “También los adquiría por correspondencia en “Discoplay”, que mandaba catálogos mensuales y los pedía por correo”, manifiesta.
En su gran colección, no solo imperan los de la lengua burlona, ya que, en los sesenta, Caballero se dejó seducir por el camaleónico David Bowie, los Pink Floyd y Los Bravos, entre otros. “Siempre me interesé por la cultura pop-rock”. Sin duda, una de las joyas que guarda como oro en paño es la famosa carátula del “Sticky Fingers” de los Rolling, creada por Andy Warhol en la que aparece la cremallera de un pantalón que se puede bajar y se ve un calzoncillo, una versión para nada consentida por el régimen franquista que la censuró para ofrecer a los españoles una portada con el dibujo de una inocente lata de mermelada. “Esta edición es muy apreciada en todo el mundo”, indica. De sus curiosidades destacan las preciosistas ediciones niponas —tres pulgadas—, entre las que incluye una versión del tema “Ruby Tuesday” por Rod Steward.
Así, rodeado de sus dos felinos y entre el magnetismo de la música, Roberto Caballero negocia de vez en cuando con los que le robaron el alma para sentir la intensidad de sus canciones.
José Ángel Álvarez “La vida de Bee Gees fue paralela a la mía”
Sus ojos se encienden y su cuerpo se tensa al recordar los primeros acordes de “Bernardette”, de Four Tops. Fue la primera canción que le invitó a probar ese mundo mágico y lleno de emociones que solo conseguía con la música. José Ángel Álvarez se crió entre sonidos, los de la radio. Pero no solo como oyente, sino como locutor. Y es que su padre fue director de Radio Jaén y él, a sus tiernos cinco años, radiaba cuentos infantiles entre canciones de Paul Anka y Blue Diamonds. “Tenía la música a mi alcance”, recuerda. El jiennense fue de los primeros en la ciudad en recibir lo último de bandas que despuntaban en los sesenta, como los Rolling Stones, los Beatles o los Bee Gees. Grupo que le marcó desde el principio y del que guarda toda la colección de sus lp en vinilos. “Íbamos a comprar los discos en Taisa, que estaba donde ahora se ubica Pull&Bear. Allí estaban Javier González Yepes y Juani López, que nos reservaban lo último que llegaba”, dice Álvarez. Y es que poseer estas piezas planas y redondas con música suponía dos claves muy importanes para un joven de los sesenta y setenta: “En esos años imperaban los guateques y para participar en ellos había que tener discos para bailar agarrados con las chicas. Además, los vinilos siempre se regalaban a las novias”, dice. De hecho, aún conserva algún que otro disco que le devolvió una ex con la correspondiente dedicatoria tachada. Más que por afán de recopilar ediciones exclusivas, el interés de José Ángel Álvarez radica en el puro placer de escuchar música. Muchas revoluciones por minuto calaron en su mente, que se ha convertido en una discoteca humana y reconoce canciones, álbumes, éxitos y cantantes como el que habla de su familia.
En su colección —de la que redujo gran parte de los vinilos que adquiró a lo largo de los años—, la banda Bee Gees es la que guarda una especial dedicación. “Sus vidas, por medio de sus canciones, fueron paralelas a la mía”, indica. Asegura que apuró el vinilo hasta bien entrado el cd. Nuevos formatos que engrosan un paraíso para melómanos con una selecta serie de vídeos de la que ahora es su “musa”: Celine Dion y de la que su mejor joya es el espectáculo en directo “Life a Quebec”.
Fernando Nicás “Me quedo con los comienzos de los Beatles”
Amante de las colecciones de todo tipo de objetos, su pasión por la música llevó al jiennense Fernando Nicás a recopilar la discografía completa de su grupo “fetiche”: los Beatles. Una banda que, si bien no fue la única, fue la que marcó un antes y un después en su afán por absorber toda la música que le llegaba a sus oídos. Serio en un primer trato, Nicás destella luz cuando menciona grupos como Los Módulos, The Eagles o los Sex Pistols.
Poco a poco, fue comprando sus primeros discos de larga duración de vinilo, a los que sumaba los ep y “singles” que conseguía de la radio, donde colaboraba con su amigo José Ángel Álvarez. “Recuerdo cuando íbamos a Taisa, que era la mejor tienda de discos que había en Jaén por entonces”, apunta Nicás, quien destaca un vinilo recopilatorio del mejor rock de los años setenta y que guarda con especial cariño. “Me lo ha pedido mucha gente para grabarlo”, menciona. Otro de los tesoros que destaca con orgullo es el sencillo taladrado —señal de censura por su atrevimiento— del tema “Je T’aime,...Moi Non Plus”, de Jane Birkin y Serge Gainsbourg.
Aunque los cd son la mayoría de los formatos en los que guarda su música, sus vinilos los trata con un trato especial. Además de sus canciones, estas piezas son la huella de una juvetud que descubría el color de la vida gracias a la música. No obstante, animado por su afán de recopilar colecciones, Fernando Nicás tiene en mente completar la discografía en vinilo de los Beatles, que sí guarda como la “joya de la corona” en disco compacto. “Tengo muchos cd de vinilos originales que conservé, pero que, con el tiempo, me deshice de ellos. Pero ahora pretendo volver a recuperarlos”. Y es que la moda por lo “vintage” también ha calado en la familia Nicás. De los de Liverpol no solo tiene unos simpáticos muñequitos con sus instrumentos, ya que guarda, desde hace poco, las grabaciones de las cuatro actuaciones que dieron en el Show de Sullivan”, dice. “Lo que más me gusta son los comienzos del grupo”, asegura.
Expandidas sobre la mesa de su salón, Nicás selecciona piezas de coleccionista como la banda sonora original de “El Graduado” o discos de museo fabricados con pizarra.