22 may 2014 / 22:00 H.
El día dieciséis del presente mes de mayo tuvo lugar en la Universidad la graduación de la primera promoción del Grado de Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Puesto que ya ha salido la noticia tal cual en este diario, me ceñiré a exponer, bajo mi punto de vista, lo que supone para la sociedad la celebración de actos como éste. Sólo el hecho de poder hacerlo en libertad es algo de un valor incalculable. El tiempo transcurrido entre la entrada de las profesoras junto al tutor externo y el comienzo de la lectura de la memoria por parte de los alumnos/as, me permitió tomar conciencia de la grandeza de la educación y de que vivir en un país en el que se respeten los derechos humanos es impagable. Como en un sueño donde se mezclan con rapidez las ideas me acordé de Malala, de las niñas secuestradas, de las víctimas de prostitución infantil, de la explotación en el trabajo y este plato de la balanza cogió tanto peso y tan deprisa que miré hacia atrás y busqué la compensación en la alegría de padres y familiares; algunos quizá pisaran nuestra Universidad por primera vez para ver a sus hijos con un futuro cada vez más cercano bajo el brazo. A él se refirió Antonio Barbas, quien de forma relajada y con un humor sabiamente medido, les advirtió que los verdaderos exámenes empezarían el día que tuvieran que tomar decisiones a veces muy dolorosas. Tendrían que gestionar los problemas personales teniendo en cuenta que no hay una persona igual a otra y que sus necesidades serían en ocasiones, opuestas. La tutora interna, Rocío Martínez, fue cercana, cariñosa y se mostró en todo momento orgullosa y agradecida de haber sido elegida como tal. Y queda lo mejor, ellos y ellas, los protagonistas, los que en pequeños grupos acapararon la atención de familiares y amigos, los que sonreían ante los piropos espontáneos que se escuchaban, los que habían puesto el máximo interés en estar impecablemente vestidos para la ocasión. Ahora tienen la obligación de guardar esta igualdad como un tesoro.