Asfixia en la 422

Por Nuria López Priego 
En la cuarta planta de un hotel en Roma, en la 422, dos amantes se observan con lascivia. No tienen nada que ver. No se habían visto nunca antes de esa noche, pero la intensidad voraz de una mirada cruzada ha sido suficiente para marcarles el camino hasta la 422.

    12 may 2010 / 10:29 H.

    Y, ahora, están ahí. Sus cuerpos, desnudos; la mentes, vestidas todavía, insoportablemente abrigadas en sus respectivos pasados. A pesar de que la luz está encendida, van a tientas, con miedo y se inventan una mentira que, poco a poco, a base de deseo, de confesiones y de sexo —violento y dulce, como sólo puede ser el contacto íntimo entre dos cuerpos imantados— se convierte en verdad.  En la 422, los amantes son dos mujeres que conversan, se aman y se rechazan como los imperios extintos de Grecia y de Roma. Podrían ser dos hombres o un hombre y una mujer. Pero son dos mujeres con tres nombres, Natasha y Alba, en la ficción; Natasha y Elena, en el mundo real. Son las piezas de Habitación en Roma (2005), la adaptación que de la exitosa película chilena En la cama realiza Julio Medem.

    Como cualquier versión, la última del donostiarra es una aventura y muchos retos, pero también un ejercicio de presunción y de arrogancia en el que Medem suspende. Habitación en Roma se asfixia no entre cuatro paredes, sino en un cúmulo de recursos audiovisuales repetidos hasta aburrir. Nada en ella es original ni auténtico más allá de la interpretación de las protagonistas; y los pocos amagos que el autor de Los amantes del Círculo Polar hace para sorprender con un imaginario propio, cíclico como la vida y, por momentos, surrealista, con el que, en el pasado, conquistó a público y crítica, ahora son saltos mortales que acaban en sonadas caídas en el ridículo.