30 nov 2015 / 12:10 H.
Un poeta palestino, Ashraf Fayad, ha sido condenado a muerte en Arabia Saudí por escribir un libro de poemas titulado Instrucciones en el interior que trata sobre él mismo, así como sobre asuntos culturales y filosóficos. Sé que hay mayores atrocidades en el mundo, pero este asunto me produce especial aflicción. Como el resto de europeos, también estoy conmocionada tras el golpe violento producido por el terrorismo yihadista en París. Incluso soy consciente de que según la teoría del shock de Naomi Klein, este sería un buen momento para aprovechar esa especie de vértigo colectivo e introducir con ávida rapidez un cambio radical en la sociedad. De hecho, parece que así va a ocurrir. Todos los indicios nos preparan sibilinamente para una nueva guerra contra el terror. Otra más. Y lo peor es que las personas de a pie tenemos la sensación de que no sirve de nada hacer frente a este escenario orwelliano. Sobre todo porque nos han arrebatado de raíz las armas para evitar tanta sinrazón. Hablo de la educación, la cultura y la libre circulación de pensamiento. Son las defensas más poderosas y a las que más tema la tiranía del ‘status quo’. Por eso quieren matar al poeta, porque no hay poder más subversivo que atreverse a seguir las instrucciones dadas ‘en el interior’. Los textos sagrados de todas las religiones recogen lo que dijo o hizo alguien que hizo caso a su conciencia, a su pensamiento y a su deseo; a esa nieve no pisada que empapa un lugar íntimo de nuestro ser. Como decía Cortázar, a eso que hace que las más pequeñas cosas estén cargadas de infinito. Quienes han utilizado esa parte suya y solo a ella obedecen, casi siempre se han rebelado contra el orden establecido aunque después haya sido ese mismo orden el que ha recogido sus palabras o sus acciones, para transformarlas en un rosario de convicciones. Doctrinas que aprisionan de tal manera con ritos, normas y reglas que aún cuando las personas nos liberamos, somos incapaces de mirar en nuestro interior. Porque el interior no es de fiar. ¿Cómo puedo fiarme de lo que pienso, siento o deseo? Dime: ¿cómo puedo impedir la violencia con algo tan voluble e inasible?