Araceli Alcalá Palomo.- “A pesar de la pobreza, los niños siempre sonríen”

Un día un niño saharaui entró en la vida de Araceli Alcalá e inevitablemente cambió el transcurso de ella. Las risas y juegos de verano de estos niños de acogida impulsaron a esta enfermera a viajar al desierto para comprobar la situación que atraviesan. Desde entonces, tal ha sido su implicación, que en más de una veintena de ocasiones ha cambiado la comodidad del complejo hospitalario de Jaén por los pocos recursos de los existentes en los campamentos de Tinduf, donde ha aprendido que son solo las sonrisas las que mueven el mundo.

    30 dic 2012 / 09:56 H.

    —¿Cómo comenzó en la causa saharaui?
    —Todo empezó en el verano de 1994 cuando vi un niño morenillo en la piscina de mi residencial. Me llamó mucho la atención y me interesé por él, entonces me contaron que era un chico de acogida saharaui que venía a España en los veranos. En cuanto subí a mi casa se lo propuse a mi familia y el año siguiente comenzamos a acoger ininterrumpidamente hasta hace 2 años, debido a que somos más mayores.
    —¿Cómo fue la primera experiencia de acogida?
    —Mira si fue buena que duró quince años más. Se llamaba Mahmud, era un niño inquieto y revoltoso. Nos costó mucho que se adaptara porque no veía el peligro en ningún sitio: se tiraba a la piscina sin manguitos, le asustaba el ascensor, no sabía bajar las escaleras, la ducha le daba pánico, etcétera. Pero la experiencia fue muy buena.
    —¿Cuántos niños saharauis pasaron por su casa?
    —Cuatro niñas y un niño. El chico vino durante tres años consecutivos a casa, y el último año por error lo mandaron a Valencia. Sin embargo, yo ya tenía todos los papeles preparados para que después se quedara aquí estudiando, y así fue. Cuando acabó el verano fui a Valencia a por él y desde entonces está con nosotros. Mahmud trabaja de temporero, en la naranja, la aceituna y ahora mismo está en el Sáhara visitando a la familia. En cuanto a la experiencia con las niñas, todos los años las hemos acogido de dos en dos, por lo que hay veranos que nos hemos juntado con tres niños saharauis más mis tres hijos. Todos han sido maravillosos. La gente me pregunta que si son anormales, porque todo es bueno. Los queremos con locura y mantenemos contacto con cada uno de ellos.
    —¿Por qué decide viajar a los campamentos de sus niños de acogida?
    —Desde el primer año que acogimos quisimos saber si lo que hacíamos era bueno, así que el niño se fue a finales de agosto y en octubre ya fui a conocer los campamentos de Tinduf. Desde entonces todos los años he bajado ininterrumpidamente, incluso algún año más de una vez. Mi marido bajó una vez y se quedó tan impactado que estuvo emocionado todo el viaje. Mis dos hijas han ido en siete ocasiones y mi hijo en una, pero está deseando volver.
    —¿Qué sentiste la primera vez que pisaste el desierto?
    —Aún se me pone la piel de gallina. Ahora viven un poco mejor, pero cuando bajé en el año 1995 la situación era tan sumamente mala que no había ni una tienda para comprar un yogur o una botella de agua. Todo el mundo que viajábamos veníamos con muchísimas diarreas. Me impactó que a pesar de la miseria y la pobreza, los niños están siempre sonriendo, las familias no tienen nada pero te lo dan todo. Ir a los campamentos es como hacer ejercicio espiritual. Sirve para pensar que siempre estamos enfadados porque lo que tenemos nos parece poco, y allí con lo que tienen están siempre sonriendo y se conforman.
    —¿Cuál es su labor como enfermera?
    —Mis últimos viajes han sido para colaborar como enfermera.  En noviembre de este año hemos ido con un proyecto para llevar medicamentos. En otras ocasiones hemos traído niños enfermos para luego operarlos aquí, también hicimos planes de educación sanitaria. Uno de los proyectos con el que más involucrada estoy es el de mis dos hijas, Araceli y Cristina. Ellas han provisto de material un colegio de niños disminuidos psíquicos. Han incluido un comedor, una cocina, y techado el centro de uralita.
    —¿Cree que los saharauis podrían vivir sin la ayuda humanitaria?
    —No. Ellos sobreviven gracias a la ayuda, principalmente de sus familias de acogida españolas y de las asociaciones que organizan caravanas de cooperación, entre otros. La asistencia por parte de Naciones Unidas y demás organismos, al existir tantas catástrofes, apenas llega a los campamentos, que viven casi olvidados.
    —¿Quien acoge a un niño saharaui se compromete con la reivindicación de independencia de su pueblo?
    —Por supuesto. Creo que la mayoría de los ciudadanos, al igual que yo hasta que fui madre de acogida, no saben realmente qué sucede con el conflicto entre el Sáhara y Marruecos. Pero cuando un niño saharaui llega a tu casa, lógicamente, intenté saber qué pasó con ellos y por qué viven así. Me involucré como activista de los derechos humanos de los saharauis que están en los territorios ocupados y liberados, y económicamente, con los que están en los campamentos de refugiados. Además, cada otoño se celebra en Madrid una manifestación a nivel nacional, y allí estamos toda la familia vociferando y reclamando sus derechos.
    —¿Cuál ha sido la experiencia que más le ha marcado en sus visitas a Tinduf?
    —Yo había escuchado que se mueren muchas mujeres en el parto, pero nunca lo había visto, sin embargo, hace tres años me tocó vivirlo. La madre de mi tercera niña de acogida murió al dar a luz con 32 años, y con ella el feto. Yo como enfermera no pude hacer nada. Era una cesaria y debido a los medios, murió de camino al hospital de Rabuni. En otra ocasión vi morir a un niño con ocho meses con sarampión debido a la deshidratación, cosa que en los países que llamamos del primer mundo es impensable. Además el mismo año de la muerte de la madre de mi niña, otra chica murió por quemarse su vestimenta —la melfa— y durante tres días escuchamos sus alaridos.
    —¿Cuál es la situación sanitaria y educativa de los refugiados?
    —Es mala, pero he visto a lo largo de los años como los hospitales han mejorado físicamente, pues antes el suelo era de arena. Sin embargo, a veces he acudido en busca de medicamentos y he podido comprobar como no tienen ni un antibiótico o un mucolítico para paliar algo tan común como un resfriado. En el hospital se puede dar a luz si es un parto normal, sin embargo en el momento en el que se complique, no disponen de incubadoras, de medicinas, transfusiones, de UCI, ni nada por el estilo. No hay medios para paliar enfermedades por las que hoy aquí no muere apenas gente. El hospital regional está a más de dos horas en coche por mitad del desierto, por lo que los pacientes suelen morir por el camino. En cuanto a la educación, hay mucho retraso con respecto a nosotros. Un niño de 10 años allí y aquí comparten una diferencia abismal, pero sí se ven progresos en cuanto a que las asociaciones llevan grupos de gente de lenguajes de signos para enseñarlo, o también está de moda en algunas universidades hacer las prácticas de magisterio en el Sáhara. Además ya hay un colegio de niños ciegos al que las asociaciones le proporcionan equipamiento de braille o gafas. Alba Villén Rueda