Aquellos años maravillosos

Por Nuria López Priego 
La melancolía es un enemigo que llega siempre de improviso e inunda todo de desesperanza. De suspiros por aquellos maravillosos años que no volverán, porque el día a día es un camino hacia adelante, sin retorno. En pleno centro de la capital, el videoclub de la calle Álamos ya no abre sus puertas. Lo han trasladado a La Luna, que no es lo mismo que cerrarlo definitivamente.

    28 oct 2009 / 12:47 H.

    Si internet es el peor adversario que han encontrado las salas de cine, para estas tiendas de alquiler y venta de películas es su verdugo.
    En la era de la globalización, de las nuevas tecnologías y de un desarrollo que no permite cuestionamientos, desaparecen rituales como un domingo en el cine comiendo palomitas de maíz, o una parada en el videoclub de la esquina para elegir, entre dos o con colegas, una buena película, como El Polaquito. Un drama de nacionalidad argentina que se estrenó, en 2004, en el Festival de Cine y Deporte de Sevilla, pero que, gracias a esos templos que, durante décadas, fueron los videoclubes, llegó a la pequeña pantalla de muchos españoles. La película es una obra maestra desde todos los puntos de vista: historia, interpretaciones, escenografía, fotografía, banda sonora. Es una cinta que, con música de Gardel, se instala en las entrañas y te desgarra. Habla de mendicidad y de supervivencia. De amistad y de un amor, el de El Polaquito   —como se llama el protagonista—, por una joven prostituta, que puede con todo. Sin complejos ni limitaciones. Sin porqués. Sin pedir nada a cambio, como debe ser. Pero aun es más. Porque El Polaquito es —como Gremlins (1984), El día de la ira (1967), Olvídate de mí (2004) y mil películas más— un momento, una tarde y una noche inolvidables, y todo gracias a esos templos que hoy se desmoronan con cada descarga.